Restauración - ¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe

¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe

Capítulo 7

Restauración  

Antes de seguir a cualquier hombre debemos buscar el ungüento en su frente. No tenemos la obligación espiritual de ayudar a ningún hombre en toda actividad que no lleve sobre sí las marcas de la cruz.  
A. W. Tozer 

El triunfo o fracaso de toda actividad dependerá del liderato que la respalde, y esto incluye lo que llamamos "la obra del Señor". Al leer la Biblia nos encontramos a hombres y mujeres que recibieron el llamado a ser líderes en tiempo de crisis. Algunos de ellos tuvieron grandes éxitos para la gloria de Dios, otros fracasaron miserablemente y sólo empeoraron la crisis. 

La historia revela que una crisis tiende a producir por lo menos  tres clases distintas de líderes, y la crisis de integridad que padecemos hoy día no es ninguna excepción. 

En general, la primera clase de líder en surgir es el optimista gue sigue un método "cosmético" y sin dolor para resolver la situación. Se preocupa sólo por las lesiones superficiales y pronto convence a la gente de que, después de todo, las cosas no están tan mal. 
 — No es que el problema sea tan grave — afirma nuestro líder —, es sólo que así lo pintan los medios noticiosos. con una sonrisa Si esperamos lo suficiente, la situación se resolverá y todo el mundo olvidará del asunto. 

El lector recordará que Jeremías tuvo qué enfrentarse a líderes de esta índole. "Y curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz, y no hay paz" (Jeremías 8:11). Por supuesto, hay personas que buscan esta clase de líderes porque los mantienen felices y no les exigen sacrificios. En El Principe, Maquiavelo escribió: "Los hombres son tan simples tan inclinados a obedecer las necesidades inmediatas, que a un engañador nunca le faltarán víctimas para sus fraudes". 

La segunda clase de líder es más realista: admite que los problemas son serios y promete remediar la situación inciando una actividad casi febril. Déle un presupuesto y la autoridad necesaria. e ideará nuevas orgamzaciones, establecerá nuevas metas, contratará personal nuevo e implantará normas novedosas. Aunque estos remedios a corto plazo son un poco mejor que los remedios del optimista, siguen siendo apenas sustitutos de los cambios drásticos que en realidad se requieren. El contratar una tripulación y trazar un nuevo curso de navegación no mantendrá el barco a flote. El peligro es que los pasajeros y la tripulación pueden interesarse tanto por el equipo nuevo que tienen a bordo, que olvidarán la urgencia de rescatar el barco. 

Cuando el escándalo de PTL comenzó a poner en peligro el apoyo financiero del público a los ministerios en los medios masivos de comunicación, un líder comentó: — El asunto principal en la problemática que enfrentan las transmisiones religiosas, no es lo que sucedió, sino lo que debemos hacer para resolverlo. 

A continuación sugirió que la solución era crear una nueva organización con normas más rigurosas de responsabilidad en cuanto al erario público. Nadie negará que la responsabilidad ante otros es importante; pero no es la única respuesta. No es sabio hacer un diagnóstico y prescribir una receta sin examinar al paciente minuciosamente. En lo personal, siento más temor al evangelio adulterado que a las auditorías deficientes. 

La tercera clase de líder es la que realmente necesitamos. Este rechaza el método "cosmético" porque sabe que es sólo superficial y el método de "solución rápida" porque sabe que es temporal Tiene el valor de enfrentarse con sinceridad a los problemas, la sabiduría para entenderlos, la fortaleza para remediarlos y la fe para confiar en que Dios hará lo demás. No teme perder amigos o hacer enemigos, no se le puede intimidar con amenazas o comprar con sobornos. Es un hombre de Dios y no está a la venta. 

Nehemías era un líder de este género, un hombre que nos muestra cómo reconstruir en el día de oprobio. Nehemías era un ciudadano en el exilio, un judío que vivía en palacio de Artajerjes I, rey de Persia. Siendo como era el copero del rey, gozaba de privilegios y riqueza, autoridad y comodidad. No había razón para que se preocupara por sus compatriotas judíos de Jerusalén; pero lo hizo. En realidad, se preocupó lo suficiente como para indagar la situación que prevalecía en la ciudad santa. Para mí, esto es importante, demuestra que no rehuía enfrentarse los hechos con sinceridad, ni sentía temor de la verdad. 

Uno de los problemas de hoy día es que muchos cristianos no desean realmente encararse a los hechos. Viven en un mundo devocional idílico, con los ojos cerrados a la verdad y los oídos abiertos sólo a los mensajes optimistas que les aseguran que todo está bien. El hecho de que algunos de los vigías de los muros se hayan dormido no sólo no inquieta a muchos miembros de iglesias, sino que, a decir verdad, los tranquiliza. El no tener noticias es siempre buen signo. 

No obstante, el bienestar de la iglesia no es completo a pesar de nuestros sermones y nuestras estadísticas. Necesitamos unas cuantas personas como Nehemías que se preocupen lo suficiente por indagar incluso cuando puede ser que las noticias que recibirán no serán alentadoras: "El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego" (Nehemias 1:3). 

¿Por qué Nehemías, el brazo derecho del rey, tendría que preocuparse por la angustia de cincuenta mil judíos que vivían a miles de kilómetros de distancia? Y suponiendo que se encontrasen en tribulación y oprobio, aun así había suficientes razones (o excusas) para no involucrarse en ello. En primer lugar, ¿qué podía hacer un hombre para resolver una situación tan problemática? Más aún, ¿era acaso su culpa que la ciudad hubiera sido destruida siglo y medio antes? No, sus ancestros  habían pecado y habían traído sobre Jerusalén el juicio de Dios. Eran ellos quienes habían rechazado el mensaje de Jeremías v los demás profetas, y quienes habían persistido en su idolatría. Eran ellos quienes habían pecado, no Nehemías y su generación. Qué fácil hubiera sido para Nehemías rehuir toda responsabilidad. 

Cuando irrumpió el escándalo de PTL, observamos que demasiados cristianos adoptaron esta actitud "escapista". El pronombre que se popularizó entonces fue "ellos", a pesar de que Jesús nos enseñó que debíamos utilizar el "nosotros". No, no estoy diciendo que todos somos culpables de lo que sucedió, lo que afirmo es que no podemos negar nuestra unidad dentro del cuerpo de Cristo ni nuestras responsabilidades mutuas. No importa cuán culpables hayan podido ser los otros, me parece insensible de nuestra parte desligarnos de ellos y señalarlos con el dedo. 

Nehemías se preocupó lo suficiente para indagar y también le importó lo suficiente para identificarse con ellos ¡y se sentó a llorar! 

Will Rogers era famoso por su risa; pero también por su llanto. Un día actuó como anfitrión en el Instituto Milton H. Berry de Los Angeles, una institución que se especializa en la rehabilitación de víctimas de polio y pacientes con columnas vertebrales fracturadas y otros impedimentos físicos graves. Por supuesto, Rogers mantuvo a todo el mundo riendo, incluyendo a los pacientes cuyo estado de salud dejaba mucho que desear; pero de pronto abandonó la plataforma y se dirigió al baño. Milton Berry lo siguió para ofrecerle una toalla, y cuando abrió la puerta se encontró a Will Rogers apoyado contra la pared, llorando como un niño. Cerró la puerta y pocos minutos más tarde Rogers reapareció en la tribuna tan jovial como antes. 

Si desea saber cómo es una persona en realidad, hágale tres preguntas: ¿qué lo hace reír? ¿Qué lo hace enojarse? ¿Qué lo hace llorar? Estos son tres pruebas excelentes del carácter que resultan particularmente apropiados para líderes cristianos. A veces escucho a la gente decir: "Necesitamos líderes airados" o "ha llegado la hora de practicar un cristianismo militante". Tal vez; pero "la ira del hombre no obra la justicia de Dios" (Santiago 1:20). 

Lo que necesitamos hoy día no es ira, sino conmiseración, el tipo de conmiseración que Moisés manifestó cuando rompió las dos tablas de la ley y luego volvió a ascender la montaña para interceder por su pueblo, o la que Jesús mostró cuando limpió el templo y luego lloró por la ciudad. La diferencia entre ira y conmiseración es un corazón quebrantado. Es fácil llenarse de ira, sobre todo ante los pecados de los demás; pero no es sencillo mirar el pecado, incluyendo el nuestro, y llorar por él. 

¿Por qué lloró Nehemías? No lo hizo porque la ciudad de sus padres estuviera en ruinas, sino porque el enemigo deshonraba al Dios de sus padres. Nehemías se preocupaba por la gloria de Dios, no sólo por el bienestar del pueblo. Se apesadumbró y lloró, ayunó y oró. Su identificación con la situación trágica de Jerusalén fue tan intensa que la tribulación se manifestó en su rostro y el rey se dio cuenta de ello. Me pregunto cuántos de nosotros nos sentamos a llorar cuando escuchamos que un dirigente cristiano ha pecado o que un ministerio ha caído. 

Me pregunto cuántos de nosotros nos llenamos de pesadumbre cuando observamos los noticieros de los medios masivos de comunicación hacer su agosto a expensas de la iglesia cuando alguien cae, muchos de los que ocupamos puestos de liderazgo nos apresuramos a proteger nuestros propios nombres y ministerio, y nos olvidamos que lo que se debe alabar es el nombre de Dios. En lugar de identificarnos con la situación dolorosa, a menudo nos alejamos de ella tanto como podemos. 

Nehemías se identificó no sólo con la vergüenza y el sufrimiento, sino también con los pecados de sus ancestros. "Confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti", "nos hemos corrompido contra ti" le dijo al Señor (Nehemías 1:6-7)

Nótese el uso del pronombre "nosotros", no "ellos". Aunque a decir verdad no aprobamos lo que algunos de los líderes del PT L han hecho, tampoco aprobamos la actitud santurrona que muchos creyentes manifestaron cuando se enteraron de las tristes noticias. Hay alguna iglesia o algún ministerio eclesiástico que sea inta- able? Incluso si nuestros propios ministerios son limpios para la gloria de Dios, ¿debemos endurecer tanto así nuestros corazones que no podamos siquiera sentarnos a llorar con los que lloran? Nehemías se preocupó lo suficiente como para inquirir, identificarse con la situación e interceder. Después de esto se sentó y lloró. Se puso de rodillas y oró. A Nehemías se le considera comunmente como un ejecutivo modelo, un hombre de acción; pero también era un hombre de oración. En su libro se registran por menos once incidentes en los que oró. El dirigente que sabe como orar conocerá la voluntad de Dios. 

Nehemías 1:5-11 es el registro de una oración verdaderamente portentosa en la Biblia, el tipo de oración que el lector puede hacer porque toca sus necesidades básicas. En ella hay intercesión basada en el carácter de Dios ("Oh, Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible") y en su pacto ("que guarda el pacto y misericordia"). Basándose en el carácter de Dios y su pacto, Nehemías confiesa sus pecados, el pecado de su pueblo y clama por el perdón de Dios. 

Si un escándalo evangélico volviera a surgir, me pregunto lo que sucedería si nosotros, los líderes de los medios masivos de comunicación, nos pusiéramos de rodillas, todos unidos en oración, no solo por nuestros propios ministerios amenazados, sino por todo pueblo de Dios. ¿No podríamos llamar a una gran reunión de oración e invitar a otros ministerios, a pastores e iglesias a que se unieran a nosotros con el fin de confesar el pecado y buscar el rostro de Dios? Ciertamente, muchos de nosotros hemos orado en lo personal y lo seguimos haciendo; pero tal vez se habría tenido un impacto más poderoso si hubiéramos orado y confesado nuestro pecados juntos. 

La oración de Nehemías fue algo más que una oración de confesión, también fue una oración de consagración puesto que se puso a la disposición del Señor para hacer lo que fuera necesario. No estaremos orando genuinamente por fe a menos que nos pon- gamos a su disposición para formar parte de la solución. "Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros" (Efesios 3:20, las itálicas son mías). No era una cuestión de decir: "¡Heme aquí...envía a mi hermano!", sino más bien, "¡Heme aquí, Señor, envíame a mí!" 

Esto nos lleva a la etapa final de la experiencia de Nehemías: se preocupó lo suficiente para participar activamente. Preguntó e indagó, se sentó y lloró, se arrodilló y oró, y luego se puso en pie y trabajó. Fue un hombre con el corazón quebrantado, un hombre que creía en la oración, un hombre de manos ocupadas y esto es lo que se necesita para reconstruir en el día de oprobio. 

A veces se nos olvida que Nehemías pagó un precio tremendo por su participación. Renunció al lujo y la seguridad del palacio prefiriendo las ruinas y los peligros de Jerusalén. Sacrificó su honor y comodidad en favor de la burla y el trabajo arduo. En cincuenta y dos días retiró escombros, reconstruyó muros y restauró las puertas de Jerusalén, tareas que el enemigo calificó de imposibles de realizar. Alexander Whyte describió a la perfección el tipo de líder que era Nehemías: "No comenzará hasta que haya calculado el costo. Una vez hecho esto, no se detendrá hasta haber concluido la obra."  A esto podríamos agregar que lo hace todo para la gloria de Dios. 

Lo más impresionante de Nehemías es su integridad: sólo veía su dedicación a la tarea y sólo deseaba servir devotamente al Señor. Siendo un hombre muy trabajador, no era en absoluto una celebridad que se esforzaba en construir un reino para sí mismo. Cuando se burlaron de él, oró. Cuando lo amenazaron, oró y tomó una espada en la mano y una herramienta en la otra, y siguio trabajando. Cuando quisieron obligarlo a conformarse, respondió: "Yo hago una obra, y no puedo ir" (Nehemías 6:3). Vio la grandeza de su Dios y la importancia de su obra, y se rehusó a claudicar. 

Nehemías fue particularmente minucioso con las finanzas. Cuando las gentes comenzaron a explotarse unas a otras, él las reprendió y les recordó su propio estilo de vida disciplinado (véase Nehemías 5). Como gobernador, Nehemías podía haber gozado muchos privilegios económicos; pero estuvo dispuesto a renunciar a ellos en bien de la obra. Pagó sus propias cuentas y luego compartió generosamente lo que tenía con ciento cincuenta invitados que se sentaron a su mesa. "Nunca requerí el pan del gobernador, porque la servidumbre de este pueblo era grave" (Nehemías 5:18). 

Mientras Nehemías fue gobernador de Jerusalén, algunos mercaderes del exterior establecieron sus negocios y obtuvieron ganancias substanciales el día del sábado (Nehemías 13:15-22). Por desgracia, algunos judíos participaron también en eso. El gobernador pudo haberse unido a esa empresa y haber ganado más dinero; pero, por el contrario, le puso un "hasta aquí" al asunto ganó más enemigos. Es bueno tener un líder que conoce la diferencia entre los precios y los valores, y cuya conciencia no está a la venta. 

Sabía cómo manejar tanto las responsabilidades como los privilegios de su puesto. Las responsabilidades no quebrantaron su espíritu y los privilegios no inflaron su ego. Como todos los buenos lideres, llevó una carga mayor que la que le correspondía y tomó menos crédito para sí mismo. Para él, el trabajo no era un empleo sino un ministerio, y por esta razón esperaba tener que hacer sacrificios.
— El privilegio nunca confiere seguridad declaró John Henry Jowett ——, más bien crea las condiciones para la lucha más despiadada 

Nehemías sabía cómo trabajar con la gente y cómo lograr que esta trabajara para el Señor. Todo líder genuino crea otros líderes. No usa a los demás para desarrollar su propia autoridad, sino que usa su autoridad para desarrollar a otros. Nehemías (el hombre más joven) no tuvo ningún problema en servir con Esdras (el hombre más anciano): el administrador y el escriba actuaron como uno solo porque ambos estaban consagrados al trabajo supremo de Dios. 

Cuando consideramos que esa obra se realizó en cincuenta y dos días y que los trabajadores, tanto hombres como mujeres, no eran obreros de la construcción, es preciso darle la gloria a Dios. Debemos recordar que el ministerio consiste precisamente en darle a Dios la gloria. Si Nehemías hubiera adoptado la actitud de algunas organizaciones religiosas contemporáneas, habría pasado los primeros meses "creando una imagen" para que el público lo conociera y respondiera a su liderazgo. Las empresas de relaciones públicas nos dicen que pueden lograr que un don nadie se convierta en alguien destacado en muy poco tiempo, si tienen a su disposición un presupuesto amplio y la cooperación de los medios masivos de comunicación. Por fortuna, Nehemías no siguió este sistema.

¿Qué fue lo que lograron este hombre y sus asociados por la gracia de Dios? Efectuaron tres tareas difíciles que, desde el punto de vista espiritual, la iglesia debe realizar hoy día.

En primer lugar, reconstruyeron los muros. Hoy día, los que vivimos en ciudades y suburbios modernos no apreciamos quizá la importancia de los muros para el pueblo en los días de Nehemías. Una ciudad amurallada era un lugar de distinción y con buenas defensas contra el enemigo. Las murallas representaban al mismo tiempo separación y seguridad. Una de las cosas más importantes que cualquier gobernador hacía en esa época, era reforzar y ampliar las murallas de la ciudad, y lo primero que el enemigo trataba de hacer era derrimbar dichos muros. No es extraño, entonces, que David orara: "Edifica los muros de Jerusalén" (Salmo 51:18). Charles H. Spurgeon dijo: 

 Del mismo modo, la Nueva Jerusalén debe estar rodeada y preservada por un muro ancho de inconformidad con el mundo, y de separación de sus costumbres y su espíritu. La tendencia de estos días es derrumbar la barrera de santidad y hacer que la diferencia entre la iglesia y el mundo sea puramente nominal.

Lo que algunas gentes llaman "separación del mundo" es en realidad aislamiento del mismo, y lo que otros llaman "alcanzar al mundo" puede no ser otra cosa que el mismo conformismo con un nombre distinto. Cuando la iglesia, en sus esfuerzos por alcanzar al mundo, se hace semejante a éste, pierde su impacto en ese medio. ¡Qué trágico que hayamos auxiliado al enemigo para derrumbar nuestros propios muros! Perdimos lo que nos distingue y destruimos nuestras propias defensas. 

El hecho de que algunos creyentes hayan practicado una forma extrema de separación no es excusa para que no busquemos una solución menos drástica. Vance Havner dijo: 

— No tenemos que estar solitarios, sino protegidos, debemos movernos en medio del mal sin que éste nos toque.
La separación es contacto sin contaminación. Jesús fue: "Santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores" (Hebreos 7:26) y, con todo, fue "amigo de publicanos y de pecadores" (Lucas 7 : 34). 

Me temo que, en nuestro deseo de escapar del legalismo, hemos abrazado una forma sutil de "antinomianismo", el concepto de que la salvación por gracia nos releva de la obligación de cumplir con la ley moral, cuyos resultados tales como: el tratar con ligereza el pacto matrimonial, el adoptar el estilo de vida de "los ricos y famosos", el utilizar los métodos mundanos para comercializar el evangelio, el no respetar el día del Señor, el rehusarnos a cumplir las normas e incluso el diluir nuestras predicaciones para no ofen- der a la gente, habrían impulsado a nuestros padres a caer de rodillas para orar. 

G. K. Chesterton advirtió: — Nunca quites un cercado antes de descubrir por qué fue puesto. 

Los cercados y los muros no están sólo para mantener cosas fuera, sino también para conservar cosas dentro. La iglesia siempre pierde sus valores, incluyendo a miembros valiosos, en favor del mundo, cuando se derrumban los muros de separación. 

Además de reconstruir los muros, Nehemías y sus trabajadores restauraron las puertas. En una ciudad del este, este tipo de puertas era mucho más que un punto de entrada y salida, también representaba el lugar de autoridad donde se congregaban los oficiales de la ciudad a hacer transacciones de negocios. Cuando Jesús quiso Ilustrar la autoridad y la victoria de su iglesia declaró que: "Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mateo 16:18). 

Se pueden tener puertas sin muros; pero en este caso, las puertas no desempeñarán la función que se supone que deben efectuar. Durante la Segunda Guerra Mundial, el cercado de hierro en torno a un parque de Londres se quitó para utilizar el material en pertrechos de guerra; pero dejaron las puertas ornamentales. iCada noche, el guardia cerraba celosamente las puertas que servían para mantener al público fuera del parque! Esto nos hace sonreir; pero vo me pregunto si la iglesia de nuestros días no está haciendo lo mismo. 

Los muros más poderosos son inútiles si las puertas son débiles o si los guardianes son descuidados o desleales. La gran muralla china fue penetrada por los enemigos en tres ocasiones por lo menos, y en cada una de ellas sobornaron a los guardias. La iglesia necesita desesperadamente puertas fuertes y guardianes leales. 

Es oportuno decir algo sobre la importancia de que los miembros de la junta directiva de la iglesia estén consagrados al Señor. Después de todo, en nuestros diversos ministerios la junta ayuda a cuidar las puertas y a tener la certeza de que el ministerio esté seguro desde el punto de vista teológico, organizativo y financiero. -Más de un ministerio ha ido a la ruina porque la junta oficial no desempeñó su trabajo. No es requisito que los miembros de ésta sean ricos o famosos, lo importante es que sean sinceros y fieles. Son los guardianes elegidos por Dios y deben estar alerta y ser valerosos. Cuando éstos se sienten intimidados por los líderes de la organización o se dejan influenciar por los brindan ayuda financiera, no pasará mucho tiempo antes de que el ministerio comience a desmoronarse. En una ocasión renuncié de una junta misionera (ya desaparecida) porque el fundador modificó la constitución para poder administrar las cosas a su modo. Perdí un amigo; pero al menos salvé mi conciencia. 

Por supuesto, durante este proyecto, Nehemías y sus trabajadores tenían que remover los escombros que obstaculizaban su tarea de reconstruir los muros. No tuvieron que tender cimientos nuevos, todo lo que tenían que hacer era despejar los escombros, exponer los cimientos antiguos y construir sobre ellos. No obstante, la tarea no era sencilla. Los hombres de Judá tuvieron la siguiente queja: "Las fuerzas de los acarreadores se han debilitado y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro" (Nehemías 4:10).

Es imposible exagerar la importancia del cimiento, ya que éste determina el tamaño de la estructura, la forma y su firmeza. Sería al mismo tiempo necio y peligroso construir el muro sin cimiento alguno, o en un cimiento inadecuado. Para encontrar el cimiento original, los trabajadores de Nehemías tuvieron que deshacerse primero de los escombros. 

Es fácil para nosotros acumular basura y luego acostumbrarnos tanto a ella que llegamos a considerarla un tesoro! La madre limpia el sótano cuando el padre está en el trabajo; pero tan pronto como él regresa, vuelve a guardar en el sótano "trastos viejos". A pesar de los mercados de pulgas y las ventas de garaje, acabamos con más trastos que con los que comenzamos. 

El líder que sabe distinguir los escombros cuando se encuentra con ellos y tiene el valor de tirarlos, es sabio. Al igual que Israel hacía en la pascua, cada ministro debe efectuar una limpieza ritual de casa para dejarla más pura. Tal vez hayamos coleccionados escombros organizativos que obstaculizan el progreso. O bien, pueden ser escombros doctrinales que contristan al Espíritu Santo y estorban Su poder. Puede ser que el ministerio entero necesite una podada debido a que tiene demasiada gente, un exceso de comités, demasiadas actividades que casi no permiten ver los cimientos. El deshacernos de los escombros no es una tarea popular ni sencilla; pero sí es vital. 

En efecto, todo triunfa o fracasa en función del liderazgo sencillamente porque los seguidores terminan por ser semejantes a sus líderes. Una generación de líderes hambrientos de poder puede lesionar a la iglesia durante años enteros. Sabemos lo que necesitamos: predicadores como Jeremías y Juan el Bautista, y líderes como Nehemías. 

No obstante, hay una cosa más que necesitamos también: intercesores como Moisés. Si no retornamos a la oración no queda esperanza de reavivar la iglesia. 


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