Represión - ¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe

¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe

Capítulo 6

Reprensión  

La predicación es indispensable para el cristianismo. Sin la predicación, se ha perdido parte de su autenticidad, ya que el cristianismo es, en su más pura esencia, una religión de la Palabra de Dios… 
John R.W. Scott  

Como resultado de los mensajes de estos predicadores falsos ha surgido una generación de cristianos similares que profesan una fe falsa y son movidos por metas erróneas. Hasta aquí llega el diagnóstico, veamos ahora el remedio. ¿Qué clase de predicadores necesitamos en la iglesia hoy día y qué tipo de líderes?  

Comencemos con los predicadores. La iglesia de nuestros días necesita predicadores como Jeremías y Juan el Bautista.  

Es interesante la cantidad de cosas que ambos hombres tienen en común y cuanto podemos aprender de ellos. Los dos nacieron para ser sacerdotes; pero recibieron el llamado a convertirse en profetas. Si yo pudiera elegir, me habría gustado más ser sacerdote que profeta. Después de todo, el trabajo de un sacerdote judío era rutinario. Todo lo que tenía que hacer era estudiar los libros de Moisés y seguir los reglamentos y el calendario ordenados por Dios. El altar deparaba muy pocas sorpresas y muy escasas oportunidades de ayudar en los problemas del pueblo. El sacerdote se limitaba a cumplir con las funciones que le asignaban y a obedecer los libros.  

¡Pero no así el profeta! El profeta nunca sabía, de un día para el otro, cuál sería su ministerio. No solo tenía que entender la Palabra de Dios, sino también debía conocer al pueblo y los tiempos que estaba viviendo, también debía saber cómo aplicar la Palabra inmutable en medio de las circunstancias. El sacerdote podía realizar su trabajo sin prestar jamás atención a las noticias del día; pero no así el profeta. ¡Este tenía que saber lo que estaba aconteciendo! El sacerdote vivía en seguridad, mientras que el profeta era vulnerable. Los sacerdotes podían mantenerse en silencio; pero el profeta tenía que dar el mensaje de Dios, ya fuera que la gente deseara oírlo o no.  

Para ser profeta se necesita valor. Tanto Jeremías cómo Juan se enfrentaron valerosamente a hombres poderosos y grupos hostiles cuando declararon la verdad de Dios, y ambos murieron ejecutados porque fueron fieles a la verdad. Desde el punto de vista humano, los dos fueron unos fracasos.  

El ministerio del sacerdocio no era básicamente un ministerio de la Palabra, a pesar de que los sacerdotes tenían la obligación de enseñarle al pueblo la Ley de Dios. Los sacerdotes ejercían un ministerio "de fórmula". Todo lo que tenían que hacer era seguir las reglas escritas en sus libros y cuidar que la ceremonia no se convirtiera en ritual. ¡Por desgracia, esto sucedía con frecuencia!  

Los sacerdotes del Antiguo Testamento se ocupaban primordialmente de los aspectos exteriores de la religión, los sacrificios y los lavamientos, las dietas y los días especiales. Por el contrario, los profetas se ocupaban de lo interno. Tenían que esforzarse por cambiar el corazón pecador del hombre y esta no era tarea sencilla. En los días de Jeremías y Juan, la religión popular estaba bastante difundida; pero no llegaba hasta los corazones del pueblo.  

El profeta tenía que ser radical y llegar a la raíz misma de cada problema. (Nuestro vocablo radical proviene del latín radix, que significa "raíz".) A esto se debe que Juan el Bautista exclamara: "Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles" (Mateo 3: 10), y a eso se debe que Jeremías denunciara a los profetas falsos que aplicaban salvia cuando deberían estar efectuando una cirugía (véase Jeremías 6: 13-14). Si Jeremías y Juan hubieran servido como sacerdotes y no como profetas, tal vez los líderes los habrían aceptado; pero, puesto que sus ministerios fueron proféticos, los líderes se opusieron a ellos y terminaron por eliminarlos.  

La tarea principal del sacerdote era preservar el futuro y proteger el estado prevaleciente de las cosas. Por el contrario, la obligación del profeta era interpretar el presente a la luz del pasado y luego marcar un derrotero que ayudara a garantizar el futuro. Juan y Jeremías desafiaron el estado prevaleciente de las cosas, ¡y se atrevieron a anunciar que Dios estaba moviendo la situación y aprestándose a cambiar el estado de cosas! La gente que deseaba una religión cómoda no respondió con gozo a esa clase de mensaje.  

Puesto que Jeremías fue un profeta de corazón, vio más allá del exterior de la religión judía y discernió las verdades espirituales más profundas que estaban escondidas. Los judíos veneraban su templo; pero en breve sería destruido (Jeremías 7:4-11). Dios construiría un día un templo nuevo que no podría ser destruido. También se gloriaban en su ley y su pacto; pero Dios había formulado un nuevo pacto que se escribiría en los corazones y no en piedra Jeremías 31:31-34). En realidad, vendría el día en que el arca del pacto desaparecería y ni siquiera la extrañarían (Jeremías 3:16-17) porque Dios habitaría en medio de su pueblo en una manifestación novedosa y viva. Incluso la circuncisión (Jeremías 4:4) y los sacrificios (Jeremías 7:21.) se sustituirían con algo espiritual, eterno y maravilloso.  

Ciertamente, todas esas cosas habían sido una bendición para la nación; pero habían llegado a reemplazar a la fe de la nación en Dios. Jeremías observó que los profetas falsos rehusaban ver esta situación, que sus bendiciones se habían convertido en maldiciones que los llevaría a la esclavitud: "He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan" (Jeremías 7:8).  

Si alguien desea comprobar lo difícil que les resulta a algunas personas renunciar al "mobiliario" antiguo de su fe y hacer espacio para algo nuevo, participe en algún programa innovador o simplemente trate de establecer nuevas ideas en la clase de los adultos en la escuela dominical.  

En nuestro primer pastorado, el Señor nos guio a demoler el santuario para construir un edificio nuevo. Cómo era joven y fervoroso, pensé que la gente se regocijaría; pero no todos ellos sintieron ese gozo. El hecho de que el edificio era de metal corrugado (¡por favor, Señor, no permitas que llueva!), totalmente inadecuado y que las autoridades de construcción de la ciudad tenían desconfianza de su firmeza no influyó en la minoría. Hasta el día en que llegó el equipo de demoliciones seguí escuchando oraciones por este estilo: "¡Gracias, Señor, por nuestro templecito!" Al meditar en esos años, me doy cuenta de que hay muchos recuerdos hermosos vinculados con esa pequeña construcción metálica — bodas, funerales, la salvación de algunas personas —pero, hubiera deseado que esa minoría mirara hacia adelante y no hacia atrás.  

Esta experiencia me hizo ver claramente la diferencia entre ser sacerdote y ser profeta.  

Hace algunos años, mientras leía la profecía de Jeremías, preparé una lista de imágenes que el profeta presentó para describir su ministerio y que me ayudaron a entender lo que la iglesia necesita, pero que no siempre está dispuesta a recibir. He aquí cómo Jeremías describió su ministerio:  

Destructor, constructor y sembrador mira que te he puesto este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar (Jeremías 1:10).  

Ciudad, columna y muro por que he aquí yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce (Jeremías 1:18).  

Fortaleza y torre por fortaleza te he puesto en mi pueblo, por torre; conocerás pues y examinarás el ca- mino de ellos (Jeremías 6:27).  

Médico quebrantado estoy por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; entenebrecido estoy, espanto me ha arrebatado. ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo? (Jeremías 8:21-22).  

Sacrificio y yo era cómo cordero inocente que llevan a degollar (Jeremías ll:19).  

Corredor si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? (Jeremías 12:5).  

Pastor mas si no oyéreis esto, en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia; y llorando amargamente se desharán mis ojos en lágrimas, porque el rebaño de Jehová fue hecho cautivo (Jeremías 13:17).  

Perturbador ¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra! (Jeremías 5:10)  

Esta última imagen, la del perturbador, me inquieta. ¿Quién anhelaría ser un perturbador? Después que me convertí en el pastor de la Iglesia Moody, descubrí que el púlpito convierte al predicador en blanco de ataques. A lo largo de todo mí ministerio me había acostumbrado a recibir "críticas favorables" y a llevarme bien con todos los hermanos; pero, luego, las cosas cambiaron.  

Recuerdo haber leído un artículo sobre mí persona y mí ministerio en una revista religiosa y haber exclamado en voz alta:  

— ¿De dónde sacaron esto? iNada de esto es cierto!  

Le telefoneé a un buen amigo que ha sufrido una buena dosis de ataques de los hermanos:  

— No te preocupes. ¡Dios te libre de que aprueben tu ministerio! ¡Yo comenzaría a preocuparme si así fuera! Todo esto es nuevo para ti. En unos cuantos años te encontrarás donde yo estoy y no te dolerá tanto. Para entonces sus críticas y ataques no serán tan efectivas.  

Fue una lección dolorosa: si se es fiel al ministerio, habrá incluso gunos compañeros de púlpito que se opongan. No obstante, mí al amigo estaba en lo correcto: aun continúan criticando y apenas lo noto. Juan el Bautista podía decir en voz alta: ¡Amén! a cada una de estas imágenes; pero me pregunto si yo podría hacerlo. Pienso, cuántos de aquellos que ministran la Palabra pueden decir con sinceridad que desarrollan este tipo de ministerio. Si estas imágenes describen un ministerio profético genuino, no hay muchos profetas hoy en día. A decir verdad, la iglesia es una organización sin profetas.  

La mayoría de la gente no quiere tener cerca a un profeta porque este los hace sentir incómodos. El profeta llora mientras los otros rien, y tiene la reponsabilidad de derribar todos aquellos "vasos" que no sean de honra, algo que no agrada a los demás. Mientras que la mayoría vive una religión conformista, el profeta se ocupa febrilmente en demoler para poder construir y en arrancar raíces para poder plantar. Mientras los líderes de prestigio ceden ante fuerza del viento, el profeta se mantiene erecto cómo un muro para guiar a la nación hacia adelante.  

El profeta falso es un vendedor de aleaciones baratas; pero el profeta es un metalúrgico que aviva la llama para poder probar metal y extraer de él la escoria. Es el médico que expone las llagas repugnantes antes de aplicar el medicamento. En resumen, una persona que pone de manifiesto el problema para poder resolverlo.  

Sin embargo, a medida que desarrolla su ministerio, es tan vulnerable cómo un pequeño cordero, cómo un exhausto corredor de largas distancias o cómo un pastor amoroso que, con el corazón quebrantado ve a su rebaño disperso y explotado. Llora para que nosotros tengamos gozo, lleva el yugo para que nosotros seamos libres.  

Juan el Bautista sabía lo que era sentir el desaliento dentro del ministerio. Cuando se encontraba en la prisión de Herodes, envió unos de sus discípulos a preguntar a Jesús: "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?" (Mateo 11:3). Jesús le envió puabras de aliento y cuando los discípulos de Juan se retiraron del lugar, dijo lo siguiente respecto a él:  

¿Qué salísteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salísteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí los que llevan vestiduras delicadas, están en las casas de los reyes. Pero, ¿qué salísteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta (Mateo 11:79).  

Juan no era un conformista, una "caña sacudida por el viento". Al igual que Jeremías, era un muro de bronce y una columna de hierro. No permitió que los ataques de los hombres lo perturbaran o que su aplauso influyera en él. De haber complacido a las autoridades religiosas, éstas hubieran exigido su libertad ante Herodes; pero Juan era un prisionero por conciencia, no de Herodes, y la libertad en tales términos habría representado el fin de su ministerio.  

Cuando la religión goza de mucha popularidad, éste es el aspecto más importante de dicha religión y se verá obligada a ajustarse con el fin de conservar esa popularidad. Jesús se refería a esto cuando dijo:  

Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores (Mateo I l: 16- 19).  

Juan no era un conformista ni fue una celebridad que disfrutara ropas caras y las diversiones elegantes en los palacios de los reyes. Una de las debilidades de la iglesia en años recientes ha sido la abundancia de personas famosas y la ausencia de siervos. La forma en que algunos de los predicadores de los medios de comunicación exhibe descaradamente su extravagante estilo de vida es una desgracia para ellos y para la iglesia. No obstante, pocos líderes religiosos se han atrevido a criticarlos o a renunciar a su compañerismo. Después de todo, cuando asisten a las mismas con- venciones, comparten los mismos medios de comunicación y son miembros de los mismos grupos u organizaciones influyentes, es fácil hacer caso omiso del pecado y llamamos a nuestra cobardía "tolerancia".  

La iglesia no va a resolver su crisis de integridad hasta que sus ministros y miembros comiencen a vivir el mensaje del evangelio que predican. Los predicadores de "la prosperidad" afirman que un estilo de vida opulento es una confirmación del evangelio; pero yo creo que es una contradicción al mismo. Y no es que Dios quiera que su pueblo viva en la pobreza, porque El nos da "todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos" (l Timoteo 6:17). Pero a la luz del nacimiento, la vida y la muerte de Cristo, y a la luz de los sufrimientos y las necesidades de nuestro mundo actual, ¿cómo puede la iglesia justificar el apoyo a hombres y movimientos que desperdician sus recursos?  

Pienso que algunas de nuestras celebridades cristianas se han metido en problemas morales y financieros porque comenzaron a creer lo que la gente decía de ellos. ¡Debe resultarle difícil a una celebridad llegar a su hogar, con su familia, después de reuniones o conciertos triunfales, y que alguien le diga que le cambie los pañales al bebé o que saque la basura!  

Juan no era un conformista, una celebridad o alguien que tratara de agradar a las multitudes. Un profeta falso se pregunta: ¿es popular mí mensaje? En tanto que el profeta de Dios inquiere: ¿es  veraz mí mensaje? De cualquier manera, es imposible agradar a la multitud, así que, ¿para qué intentarlo? ¡Un día están dispuestos a celebrar bodas y al día siguiente quieren tener funerales! ¡En una semana se quejan porque el predicador pasa demasiado tiempo en su estudio, y a la siguiente lo reprenden porque hace demasiadas visitas! El predicador que se esfuerza por agradar a la multitud ha olvidado las palabras de Tomás a Kempis: "La gloria de los hombres buenos está en su conciencia y no en la boca de los hombres". El valor que tiene un hombre de Dios no depende de las encuestas de popularidad que desarrollan los medios de comunicación.  

Hoy día, muchos ministerios se gobiernan en función de la popularidad y no de la integridad, por las estadísticas y no por las Escrituras. Una vez que la emoción inicial se diluyera, es dudoso que el ministerio de Juan el Bautista pudiera atraer a los auditorios religiosos de los medios masivos de comunicación de nuestros días. Por un lado, él era demasiado individualista y no le importaría lo que dijera la prensa en general o sus índices de popularidad. Lo unico que le preocupaba a él era "que El (Cristo) crezca; pero que mengüe" (Juan 3:30).  

Es probable que el cristiano medio no comprenda la importancia que la popularidad entraña para el ministerio en estos días. Cuando me nombraron pastor de la Iglesia Moody, muchos editores y directores de conferencias comenzaron a buscarme insistentemente y a "adularme" pidiéndome que escribiera libros para sus editoriales y diera conferencias en sus reuniones. No me dejé engañar por toda esa atención, sabía que mí nombre y mis capacidades eran cosa secundaria, que el hecho sobresaliente era que me encontraba pastoreando la iglesia Moody, lo cual atraería multitudes y aumentaría la venta de libros. Un pastor me llamó por teléfono y me preguntó si podría ir a su iglesia a dar una serie de mensajes sobre la alabanza. No pude aceptar su invitación porque mí programa de actividades estaba saturado; pero le di el nombre de un amigo con mucho talento que estaba dirigiendo seminarios muy interesantes sobre la alabanza y que podría hacerse cargo.  

— ¡Pero nunca he oído de él! — comentó el pastor. 
— ¿Y eso qué? — contesté -—-. ¡Hasta esta noche yo tampoco había oído de usted! ¿Busca una celebridad o un predicador? 

Mí amigo nunca recibió la invitación y, para ser francos, no le importó en absoluto. Resulta paradójico que ese pastor buscara a alguien "con un nombre famoso" para enseñar a su congregación cómo adorar a Dios.   

Nuestras iglesias necesitan predicadores cómo Jeremías y Juan el Bautista, que proclamen la verdad con valentía y que no se dejen intimidar por la multitud. Necesitamos predicadores cómo los que John Wesley describió cuando dijo:  

Denme cien predicadores que no teman a nada más que al pecado y cuyo único anhelo sea Dios, no me importa un comino si son pastores o laicos, porque sólo ellos podrán sacudir las puertas del infierno y establecer el reino de Dios en la tierra. Nuestras iglesias necesitan también líderes valientes cómo Nehemías, que estén dispuestos a emprender la dura tarea de remover escombros, reconstruir muros y borrar el oprobio del pueblo de Dios. Si queremos resolver la crisis de integridad, los predicadores y los líderes deben trabajar unidos.  

De modo que, examinemos la vida de Nehemías y considerémoslo cómo nuestro ejemplo de integridad en el liderazgo.


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Represión - ¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe Represión - ¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe Revisado por el equipo de Nexo Cristiano on mayo 15, 2024 Rating: 5
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