Oprobio - ¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe
¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe
Capítulo 1
Oprobio
Escándalo: vicio que se disfruta vicariamente.
Elbert Hubbard
Si le pidiera al
lector que describiera con una sola palabra la situación actual de la iglesia,
tal y como la percibe, ¿qué palabra escogería?
¿Avivamiento? Lo dudo, aunque ¡cómo desearía que así fuera! Hoy día vemos un gran desarrollo evangelístico y
nos sentimos muy agradecidos por él; pero nos parece que el viento del Espíritu
está demasiado estático y la atmósfera es más bien sofocante.
¿Renovación?
Quizás en algunos ministerios; pero, en general, "todo sigue igual". Para
conmover la iglesia se necesitará algo más que una simple readaptación del culto
de adoración y el desplegar de unos estandartes.
¿Reevaluación? Sí, se están
llevando a cabo muchos estudios y esperamos que sean útiles; pero me temo que se
está sometiendo a un examen anatómico el cuerpo de la iglesia en un momento en
que lo que necesita es una resurrección.
¿Ruina? ¡No llegará a esto en tanto,
Dios se encuentre en su trono y haya personas dispuestas a obedecer! No importa
cuán negra nos parezca la hora, las estrellas siguen brillando; pero tenemos
que dirigir la mirada hacia arriba para contemplarlas. Soy realista, no
pesimista.
Después de reflexiones profundas, he llegado a la conclusión de que
la palabra que mejor describe la situación de la iglesia evangélica hoy día es
oprobio, y presiento que muchas personas están de acuerdo conmigo. En realidad, oprobio parece ser el único
vocablo que puede describir otras esferas de la sociedad, además
de la iglesia: el campo de los deportes, la embajada, los recintos
académicos, la Casa Blanca, el Pentágono, Wall Street, el Congreso
e incluso los centros de cuidado infantil. El escándalo parece estar
a la orden del día. En un reportaje de la revista Time del 25 de
mayo de 1987, no es de extrañar la pregunta, "¿Qué pasó con la
ética?"
En efecto, ¿qué le pasó a la ética? Quizá no le sucedió nada, tal
vez la sociedad siga siendo lo suficientemente ética y estas situaciones deplorables no son en realidad extraordinarias, sino solo el
resultado de reportajes hechos con animosidad y una más amplia
información noticiosa. Después de todo, siempre ha habido escándalos en el gobierno, los grandes negocios, el deporte e incluso en
la iglesia, de manera que, ¿a qué se debe tanto revuelo? La iglesia
desde el principio ha tenido hipócritas y vividores de la religión.
La cizaña y el trigo crecerán juntos hasta que el Señor regrese. Así
pues, ¿por qué vamos a inquietarnos tanto? También esto pasará.
La explicación no es del todo sencilla. Si así lo fuera, lo único
que tendríamos que hacer es esperar hasta que un nuevo escándalo
llegue a los medios noticiosos y el público pierda interés en la ropa
sucia de la iglesia. No obstante, el problema no es tan simple y su
solución tampoco lo es. ¿Por qué? Porque la crisis a la que se
enfrenta la iglesia hoy día llega hasta el corazón mismo de su
autoridad y su ministerio.
Nuestro problema no es que el público haya descubierto de
pronto que hay pecadores dentro de la iglesia, para vergüenza de
los cristianos. A pesar, de que el público sabe del pecado dentro
de la iglesia desde hace mucho tiempo, la iglesia ha sobrevivido.
Hoy día, no somos como un grupo de niños sonrojados a la expectativa porque alguien nos atrapó quebrantando las reglas. Más
bien parecemos un ejército derrotado, desnudo ante nuestros enemigos e incapaces de pelear porque ellos han hecho un descubrimiento aterrador: la iglesia ha perdido su integridad.
Si este descubrimiento se limitara a saber que la iglesia se ha
contagiado con hipócritas, todo lo que tendríamos que hacer sería
quitarnos las máscaras, disculparnos y ser honrados. Sin embargo,
la cuestión es mucho más profunda de lo que la mayoría de nosotros queremos admitir, porque la integridad involucra la naturaleza misma de la iglesia en el mundo moderno. El diagnóstico
es doloroso y el remedio costoso; pero la iglesia debe tener el valor
de enfrentarse a ellos con toda honradez y hacer lo que sea necesario.
Nos enfrentamos a una crisis de la integridad. No solo está en
tela de juicio la conducta de la iglesia, sino también su carácter
mismo. El mundo se pregunta: ¿Se puede confiar en la iglesia? Y cómo respondamos es tan importante como lo que respondamos.
Durante diecinueve siglos la iglesia le ha estado pidiendo al
mundo que reconozca sus pecados, se arrepienta y crea en el evangelio. Hoy día, en la postrimería del siglo veinte, el mundo es el
que insta a la iglesia a enfrentarse a sus pecados, arrepentirse y a
ser una iglesia genuina. Los cristianos afirmamos que no nos avergonzamos del evangelio de Cristo; pero tal vez el evangelio de
Cristo está avergonzado de nosotros. Por alguna razón, nuestro
ministerio es incongruente con nuestro mensaje. Algo anda mal
con la integridad de la iglesia.
La iglesia se ha acostumbrado a escuchar a la gente que pone
en duda el mensaje del evangelio, porque dicho mensaje es locura
a los que se pierden. No obstante, hoy día la situación se ha invertido, para vergüenza nuestra, porque ahora se sospecha del
mensajero. Tanto el ministerio como el mensaje de la iglesia han
perdido credibilidad ante un mundo que la observa, y parece ser
que el mundo se regocija ante este espectáculo.
¿Por qué escuchar a la iglesia?
— pregunta el mundo inquisidor —
¿Con qué autoridad predican ustedes los cristianos sobre
pecado y salvación? Pongan primero su casa en orden y luego, tal
vez, estemos dispuestos a escucharlos.
Por supuesto, ya tenemos lista nuestra artillería.
¿Por qué no son ustedes los que ponen su casa en orden? -
preguntamos —-. Los escándalos en el fútbol no han evitado que
se llenen los estadios ni que se enciendan los aparatos de televisión
los fines de semana. Los escándalos en Wall Street no los han
defraudado a tal grado que retiren su dinero del banco o liquiden
sus inversiones. ¿Dejarán acaso de votar porque más de cien oficiales administrativos han sido acusados de actividades dudosas y
algunos de ellos han tenido que renunciar? ¡No! Entonces, ¿por
qué rechazar a la iglesia porque unas cuantas personas pueden no
haber practicado lo que predicaban?"
¡A ver, qué responden!
Esta defensa parece tener lógica, excepto que se basa en dos
peligrosos malentendidos en cuanto a la naturaleza real de la crisis
que la iglesia enfrenta hoy día.
En primer lugar, la crisis de integridad abarca algo más que el
que unas cuantas personas hayan sido acusadas de deshonestidad
moral y financiera. La crisis de integridad se extiende a toda la
iglesia. No estoy diciendo que no se cometieron pecados, ni estoy predicando la "culpa colectiva", si tal existe. Lo único que deseo
es hacer hincapié en que en el cuerpo de Cristo, todos nos pertenecemos unos a otros, nos afectamos mutuamente y no podemos
escapar unos de los demás. La prensa no creó la crisis, fue la iglesia
quien la creó y es ella quien tiene qué resolverla.
Pablo escribió: "De manera que si un miembro padece, todos
los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos
los miembros con él se gozan." Nos guste o no, todos estamos
metidos en esto.
La tesis de este libro es que el escándalo religioso es el síntoma
de problemas críticos dentro del mundo evangélico; problemas tan
profundos y graves que no se pueden resolver fácilmente. El predicar sobre la integridad, el asignar nuevos líderes y fijar normas
más rígidas de responsabilidad puede ayudar; pero esto solo es el
principio. La iglesia no necesita a un cosmetólogo, necesita a un
cirujano.
Existe una segunda razón por la que esta defensa es deficiente.
La debilidad de la iglesia contribuyó a causar estos escándalos. La
iglesia es la sal de la tierra; pero, es evidente que no somos lo
suficientemente salados para ahuyentar la corrupción en el gobierno, los grandes negocios, el deporte o incluso dentro del ministerio religioso. La iglesia es la luz del mundo; pero es evidente
que esta luz es demasiado débil para tener mucha influencia en la
gente de hoy día.
¡Qué extraño que estos escándalos ocurrieran en un momento
en que muchos cristianos se estaban vanagloriando de la fuerza y
la popularidad del cristianismo conservador! Después de todo, las
iglesias están atestadas, hay ministerios por radio y televisión, grandes convenciones, escritores y músicos cristianos respetados, librerías cristianas, estudios bíblicos y capillas en colegios,
universidades, oficinas del gobierno y los negocios, inclusive en
vestidores deportivos. Algunos de nuestros destacados líderes eclesiásticos son entrevistados en la radio y programas de televisión, y
algunos de ellos son influyentes en la escena política. No obstante,
los escándalos surgieron a pesar de estos y otros logros. Algo tiene
que andar mal.
No estoy criticando a las personas y organizaciones que promueven estos ministerios; a decir verdad, yo participo en algunos
de ellos y doy gracias a Dios por el testimonio de sus hijos en todos
estos campos. Sin embargo, debo señalar que cuando el ministerio
evangélico es tan popular y, con todo, tan débil al mismo tiempo,
hay algo que está radicalmente mal. Tal vez su popularidad sea
justamente su debilidad; después de todo, la reputación y el carácter son dos cosas distintas. Aparentemente, nuestra derecha no
sabe lo que hace nuestra izquierda y como resultado de ello, nuestro mensaje y nuestro ministerio están divididos.
Es una cuestión de integridad, de modo que comenzaremos con
esto.
Oprobio - ¿Practica la Iglesia lo que predica?, por Warren W. Wiersbe
Revisado por el equipo de Nexo Cristiano
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mayo 14, 2024
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