La alabanza - La hora que cambia al mundo
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LA ALABANZA:
un acto de glorificación de Dios
ya la oración ha dado la vuelta completa, nos hallamos otra vez en la alabanza. La adoración debe sellar toda oración. Comenzamos con un acto de adoración y terminamos con un acto de glorificación.
Cuando María recibió el mensaje de que ella daría a luz al Hijo de Dios, la adoración a Dios brotó de sus labios: "Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador ... Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre" (Lucas 1:46- 49).
Jesús no sólo nos enseñó a comenzar nuestra oración con alabanza: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificardo sea tu nombre"; sino que también nos enseñó a terminarla del mismo modo: -"Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén" (Mateo 6:9, 13).
Los momentos finales de la oración
Al llegar a estos momentos finales de la oración, el alma hace una pausa para contemplar la imponente maravilla de la realidad de Dios. Vocalmente magnificarnos la naturaleza de Dios. Magnificar el nombre del Señor con alabanza es mirar con un cristal de aumento espiritual todo lo que Dios es y declarar esos descubrimientos en alta voz.
La palabra "engrandece" de Lucas 1:46 es traducción del verbo griego megaluno, que significa "hacer grande". No hay nada que pueda proveer una conclusión tan significativa para la oración corno una declaración de la grandeza de Dios. Declararnos con el salmista: "Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado" (Salmo 48:1).
Al concluir la oración alabamos a Dios por cuanto ha sido su grandeza la que ha hecho posible nuestra hora de devoción. Cuando comenzamos a orar, reconocernos la gloria de Dios en todo su esplendor y belleza. Ahora, volvemos a expresar nuestro motivo para adorarlo. En estos momentos finales, añadimos fe a nuestra alabanza. En realidad alabamos a Dios por las futuras respuestas que el dará a nuestras oraciones. Declararnos con el salmista: "Te alabaré para siempre, porque lo has hecho así (Salmo 52:9; cursivas del autor).
El gozo más grande de la vida
Puesto que debernos vivir cada día en un espíritu de alabanza, es esencial la práctica específica de la alabanza precisamente antes de concluir la oración. Nos prepara para nuestra función suprema en la vida: servir al Señor continuamente.
La alabanza en la cámara de oración también nos prepara para vencer a nuestros enemigos fuera dela cámara. El testimonio de Paul Bíllheimer apoya bien esta verdad: "(La alabanza) es el mayor bien, el máximo gozo, el más exquisito deleite, elsupremo arrobamiento y el éxtasis más encantador del espíritu humano. Así como el antagonismo, la hostilidad y la maldición contra Dios ejercitan y fortalecen todo lo más abominable, diabólico y bajo del espíritu humano, así la adoración y la alabanza, al infinito y amoroso Dios ejercitan, refuerzan Y fortalecen todo lo que es más sublime, trascendente y divino en el ser interior. Cuando un individuo adora y alaba a Dios, se va transformando continuamente, paso a paso, de gloria en gloria, en la misma imagen infinitamente feliz de Dios."
Billheimer concluye: "La alabanza es la ocupación y actividad más útil, pues le permite a Dios realizar la suprema meta del universo: la de 'llevar muchos hijos a la gloria'."
Llevar las almas perdidas a la gloria -es el objeto final de toda oración y alabanza. Oramos: "Venga tu reino." Y alabamos: "Porque tuyo es el reino." Aunque s~ puede decir mucho respecto de la oración, dar gloria a Dios es el centro de ella. El profesor Hallesby escribió: "La vida de. oración tiene sus propias leyes, como todo en la vida las tiene. La ley fundamental de la oración es la siguiente: la oración fue dada y ordenada con el propósito de glorificar a Dios."
Cuando Jesús les dijo a sus discípulos: · ". . . pedid todo lo que queréis, y os será hecho", agregó: "En esto es glorificado mi Padre" (luan 15:7, 8). Dios debe ser glorificado por medio de nuestra oración, y la alabanza capacita al que batalla en oración a centrarse siempre en este pensamiento.
La actitud de oración
Tal vez el mayor secreto que se ha de aprender acerca de la oración es cómo mantener una actitud devota después de concluida la hora de devociones. Tenemos que aprender a llevar con nosotros el espíritu de alabanza al salir de la cámara de oración. Ninguna cantidad de oración tiene valor si el guerrero de la oración no cambia. Andrew Murray dijo: "Tengamos el cuidado de no sólo considerar la duración del tiempo que pasamos con Dios en oración, sino también el poder con que nuestra oración toma posesión de toda nuestra vida."
Este dedicado misionero concluyó: "Aprenda usted esta gran lección: mi oración tiene que regir toda mi vida. Lo que pido en la oración no se decide en cinco ni en diez minutos. Tengo que aprender a decir: 'He orado con todo mi corazón.' Lo que deseo que Dios me dé, realmente tiene que llenar mi corazón todo el día; luego se abre el camino para una respuesta segura."
Eche usted mano al poder de Dios durante estos momentos finales de adoración. Que una actitud de oración inunde su ser al prepararse para ese día. Recuerde siempre que Dios ha sido - su poder durante la oración, y lo será a lo largo del día. Alguien sugirió con mucha sabiduría: "El poder espiritual no es el poder de la oración, sino el poder de Dios puesto en acción por medio de un hombre que tiene la actitud de oración."
Un fuerte amén
Jesús nos enseñó a concluir la oración con la palabra "Amén" (Mateo 6:13). Esta palabra significa: Así sea; o Está hecho. Un estudioso del griego me dijo que la palabra amén realmente pudiera traducirse: "Dios nuestro Rey es digno de confianza." Decir "amén" en la oración es expresar la confianza de que Dios ha oído nuestras peticiones.
Martín Lutero era bien conocido por sus peticiones osadas, casi temerarias. Sin embargo, él recibió muchas respuestas extraordinarias a sus oraciones. Un amigo dijo .una vez con respecto al líder de la Reforma: "¡Qué espíritu, qué confianza había en sus expresiones mismas!
¡Con qué reverencia pedía él, como uno que le implora a Dios; y sin embargo, con tal esperanza y seguridad, como si hablara con un padre amante o con un amigo."
Fue Martín Lutero quien dijo fo siguiente con respecto a la conclusión· de la oración: "¡Recuerde esto! que su amén sea fuerte, sin dudar nunca de que Dios ciertamente lo está escuchando, Eso es lo que significa amén: que yo sé con certeza que Dios ha oído esta oración." Nosotros también debemos terminar nuestra oración con una fuerte expresión de confianza. Parafrasee usted su "amén" con un testimonio de fe. Diga: "Dios, yo sé que puedo confiar en que Tú responderás estas peticiones. Confieso mi confianza en tus promesas. ¡Te alabo porque hecho está!"
El don de la alabanza.
Así pues, hemos terminado nuestros sesenta minutos con Dios. No hemos terminado nuestra oración con una lista de peticiones personales, sino con un espíritu de gratitud y de alabanza. Cuando salimos de la cámara de oración, no estamos pidiendo, sino dando. Ha concluido la oración con una ofrenda de nuestros labios: Hemos declarado con el salmista: "Te ruego, oh Jehová, que te sean agradables los sacrificios voluntarios de mi boca" (Salmo 119:108).
Al incorporarnos al mundo activo, llevamos estas palabras con que hemos glorificado a Dios. Nuestra meta fuera de la cámara de oración, es la de magnificar el nombre de Dios en todo lo que hacemos. Cada acción estará salpicada de una silenciosa adoración. Su alabanza será el objeto mismo de nuestra conversación. La grandeza de Dios ·ha de dominar todos nuestros pensamientos y toda nuestra conducta. Al salir de la cámara de oración tendremos que hablar para proclamar las alabanzas de Dios. Nuestra lengua, balbuciente de alegría y emoción, sentirá la necesidad de engrandecer su nombre y darlo a conocer.
Señor, ¡enséñame a engrandecer tu nombre!
La alabanza: duodécimo paso la oración que cambia al mundo
1. Termine su oración con una alabanza especifica relativa a la grandeza de Dios. Enfoque la alabanza en la omnipotencia (poder) de Él, en su omnisciencia-(conocimiento), y en su omnipresencia (presencia).
2. Con el salmista alabe a Dios "porque Él lo ha hecho así". Dé usted una mirada retrospectiva a su hora de devoción, y alabe a Dios por haber oído cada una de sus peticiones.
3. Al terminar la oración, permita que su espíritu se regocije unos momentos. Repita la palabra universal de alabanza: ¡Aleluya!
4. Tal como lo sugirió Martín Lutero, cuando concluya su hora de devociones, haga que su . "amén" sea fuerte. Confiese con autoridad que usted cree que Dios es. digno de confianza.
Capítulo anterior: La oración que escucha: un acto de absorción mental
La alabanza - La hora que cambia al mundo
Revisado por el equipo de Nexo Cristiano
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diciembre 26, 2022
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