La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (3ra parte)


La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (3ra parte)


El poder de Cristo sobre el pecado 

La tentación 


La tentación representa un forcejeo entre el tentador (Satanás) y la persona tentada. La tentación de Cristo mismo constituye un excelente modelo para nosotros. 


La tentación a desobedecer (Lucas 4.1-4) 


La tentación de Jesús ocurrió después de una muy significativa experiencia espiritual, en un momento en que Jesús estaba lleno del Espíritu Santo; sucedió mientras esperaba en Dios, ayunando y orando, y cuando su estado físico le hacía muy difícil resistir. 


Sin embargo, el factor crítico en la tentación fue el ataque a la confianza de Cristo en la palabra del Padre: "Si eres el Hijo de Dios..." 


Por lo tanto, la intención central de Satanás en la tentación siempre será la de sembrar duda. Procurará generar alrededor de nosotros una atmósfera poco creíble. 


La tentación de elegir un camino más fácil (Lucas 4.5-8) 


La proposición de Satanás contenía, como muy frecuentemente ocurre, una mezcla de verdades y mentiras. El era, y es, el príncipe de este mundo, pero su propuesta blasfema era falsa. Estaba calculada para seducir al Hijo del Hombre, quien, al menos borrosamente, sabía todo el horror que tenía por delante. Se le ofrecía aquí un camino más fácil. 


Pero el ofrecimiento incluía la tentación de violar el más importante de todos los mandamientos. Jesús se lo recuerda a su adversario, y se recuerda a sí mismo este hecho. 


La tentación de sacar provecho de la identidad como Hijo de Dios (Lucas 4.9-12) 


Jesús tenía plenos derechos como Hijo, pero no abusó de ellos. Ya he señalado cuántos predicadores han sucumbido a esta tentación. Uno puede 'arreglárselas' mientras mantiene el 'éxito'. Pero Dios será deshonrado, y nuestra relación con él se dañará. No debemos tentar a Dios. 


Pecados que acosan 


Aunque algunos cristianos logran liberarse cabalmente del acoso del pecado, muchos permanecen dolorosamente encadenados. En parte se trata de un problema de la iglesia; son pecados que necesitan ministerio comunitario. Este puede ser ejercido mediante imposición de manos y oración, expulsión de demonios, o disciplina correctiva de la iglesia. 

Lamentablemente en muchos casos se entienden y se practican inadecuadamente. 


Satanás, la culpa, y el pecado 


Satanás nos mantiene encadenados al sentimiento de culpa. Cristo destruyó esas cadenas pagando la pena de nuestras culpas, y por lo tanto, las abolió. Sin embargo, Satanás nos envuelve con falsas cadenas de culpa, para confundirnos. O, por el contrario, nos induce a desconocer nuestros verdaderos pecados, para que, al permanecer inconfesados, nos atrapen finalmente en la culpa. 


Es la culpa, real o imaginaria, la que' nos deja sin poder frente al pecado. Para tener poder sobre el pecado, debemos apropiarnos de la victoria que Cristo logró sobre Satanás y la culpa. 


Aquí es muy útil considerar la enseñanza de Apocalipsis 12.1-12, Hebreos 9 y 10, que tratan los temas de la sangre, la muerte, y Satanás en su rol de Acusador.' 



5 La autoridad y el poder de Cristo en el servicio 


Todo lo que hemos considerado hasta aquí tiene importantes consecuencias sobre el poder para servir. No podemos servir de manera efectiva si estamos bloqueados por el temor, aprisionados por Satanás, paralizados por enfermedades innecesarias, encadenados por el pecado. 


Aquí consideraremos el poder desde tres perspectivas: la autoridad del creyente, la obediencia del creyente, y la soberana y misteriosa acción del Espíritu Santo. 


Si bien la clave del servicio reside, según entendemos, en el primero de estos factores, consideraremos en primer lugar el tercer elemento. 


El poder del Espíritu Santo 


Desafortunadamente, la teología moderna le ha quitado el elemento de misterio a la actividad soberana de Dios. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere a la enseñanza sobre la investidura del Espíritu Santo. Se requiere poder tanto para convencer como para convertir a los pecadores, y también para la realización de señales y milagros. Muchos de nosotros dejamos a un lado el último aspecto. Pero si entendemos correctamente el enfrentamiento de los dos reinos, no debiéramos tratar de separarlos. 


El interés de los evangélicos en el poder del Espíritu Santo se centra mayormente en los incidentes descritos en Hechos 2. Hay dos interpretaciones corrientes acerca de estos eventos. La perspectiva reformada Esta perspectiva otorga a Pentecostés un significado básicamente histórico. El Pentecostés inicia la `era del Espíritu Santo` (o la 'era de la iglesia'). Según este enfoque, los cristianos siempre tienen experiencia personal del Pentecostés en el momento de su conversión, no en una experiencia exclusiva posterior a la conversión. El fracaso en alcanzar la plenitud espiritual refleja falta de entrega o desobediencia, o quizás falta de enseñanza adecuada. La presencia del Espíritu Santo provee todo lo que es necesario tanto para la santidad como para el poder en el servicio.


Las personas que abrazan esta perspectiva generalmente rechazan las investiduras o los bautismos especiales de Dios Espíritu Santo, y niegan la validez de los dones espirituales en nuestra época. Algunos rechazan totalmente lo milagroso. 


Sin embargo, como vimos antes, en nuestros días todavía se dan unciones especiales de poder, como se dieron en personas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Es poco sabio buscar más poder, y a la vez limitar las manifestaciones del poder de Dios. 


La perspectiva de la experiencia única 


Esta perspectiva otorga al Pentecostés un significado histórico y a la vez el carácter de modelo para la unción en nuestros días. Los creyentes reciben poder cuando ellos también son bautizados por el Espíritu Santo y hablan en lenguas. Para muchos, la 'glosolalia', el hablar en lenguas, es la marca esencial de un cristiano espiritual. Por medio del bautismo y el don no solo se recibe poder para el servicio sino para la santificación. 


Hay varias objeciones a esta perspectiva, tanto de carácter escritural como práctico. 


En primer lugar, el bautismo en Hechos 2 está vinculado con el poder espiritual para el servicio (Hechos 1.8); no se menciona la santificación. 


Además, los discípulos no sólo recibieron el Espíritu Santo antes de Pentecostés (Juan 20.21-23) sino que también habían recibido poder para llevar a cabo milagros (Lucas 9.1-6; Mateo 10.1, 16-20; Lucas 10.17-24). 


Los apóstoles y los demás discípulos experimentaron sucesivas unciones de poder (Hechos 4.8, 31; 13.9). Esto confirma que si bien el Espíritu Santo 'desciende' sobre los creyentes, las Escrituras no comunican la idea de que sea un bautismo único-para-siempre, que separa a los cristianos en dos categorías. 


Debemos tener cuidado de no despojar a la investidura del Espíritu Santo del carácter soberano y misterioso que las Escrituras le atribuyen. Es algo más misterioso que una simple respuesta a nuestra fe. 


Nunca es prudente basar un principio teológico fundamental sobre la interpretación de un solo antecedente histórico. Sin embargo, esto es lo que hace la perspectiva de la experiencia única. Y si bien los discípulos recibieron en una oportunidad la orden de esperar la plenitud, nó hay una enseñanza en el mismo sentido para que todos los creyentes lo hagan. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la unción del Espíritu es un acto arbitrario de la soberanía divina, generalmente inesperado para aquellos sobre quienes desciende. 


La soberanía de Dios 


Si sólo Dios unge con poder, y no lo hace a pedido, sino según su soberana voluntad, ¿qué pueden hacer los cristianos al respecto, si es que pueden hacer algo? 


Sabemos que a Dios le complace equipar a sus santos con poder. Si no lo hace con alguien es porque tiene razones para no hacerlo. 


Las Escrituras no definen el asunto, pero la evidencia bíblica, histórica y contemporánea, sugiere que las personas que están bajo la unción temporaria de poder pueden no ser conscientes del suceso, salvo por el hecho de que sus palabras y sus acciones producen resultados extraordinarios. Los observadores externos pueden percibirlo y verificar la unción. 


No hay nada malo en pedir que el Espíritu Santo descienda sobre una congregación. La oración puede no ser contestada, pero vemos que está siendo respondida, cada vez con mayor frecuencia. 


Sin embargo, no hay ninguna fórmula garantizada para producir unciones especiales del Espíritu. Dios se reserva el derecho de darla o retenerla. La iniciativa es de Dios, no nuestra. 


Hay, por lo tanto, dos factores: Dios y nosotros. Nuestra parte tiene que ver con la obediencia y él ejercicio de la autoridad. Es allí donde debemos concentrar nuestra atención, más que en los métodos para invocar el poder del Espíritu Santo. 


La autoridad del creyente 


Ya hemos visto que él poder y la autoridad van juntos. La autoridad ya nos ha sido dada. El poder nos es conferido por Dios en la medida en que obedecemos. Muchos cristianos ven pocos resultados por-que, al no estar conscientes de su autoridad, no la ejercen. Hay traducciones de la Biblia en las que no se distingue entre las palabras griegas 'poder' y 'autoridad'. Pero la diferencia es importante. 


En Mateo 10.1 se ve a Jesús comisionando a los discípulos en su primera misión. Les da autoridad sobre los demonios y las enfermedades. Esto adquiere sentido cuando tenemos presente el enfrenta-miento de los dos gobiernos o reinados. Los discípulos deben enfrentar el control de Satanás con la autoridad de Cristo. 


Habiendo obtenido toda autoridad, y sobre la base de esa autoridad, Cristo comisionó a sus seguidores a hacer discípulos, y a enseñarles en todo lo que ellos mismos habían sido enseñados. Salieron equipados con la autoridad de Cristo. 


Cristo tiene autoridad "sobre todos los poderes y autoridades en el cielo" (Efesios 3.10), o sobre todos los "gobiernos, autoridades y dominios" y específicamente sobre las autoridades satánicas a que se hace referencia en Daniel 1.18, 22, 27. Los cristianos, como iglesia, son llamados a compartir esta autoridad con él (Efesios 1.22, 23; Colosenses 1.16-18). 


Obediencia hasta la muerte 


Para ejercer autoridad, uno debe estar convencido de que la posee. Para obedecer, uno debe estar seguro de las órdenes. La mayoría de nosotros somos inseguros y ambivalentes en ambos aspectos. Sin embargo, Cristo nos ha conferido autoridad sobre el reino de las tinieblas y sobre todas las obras del diablo. Si realmente creemos, podemos obedecer hasta la muerte. 


Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: "Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte."  (Apocalipsis 12.10-11). 


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La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (3ra parte) La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (3ra parte) Revisado por el equipo de Nexo Cristiano on mayo 14, 2024 Rating: 5
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