La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (2ra parte)


La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (2ra parte)

Autoridad y poder de Cristo sobre el temor 

Las fuentes del temor 


¿Cuál es el concepto corriente del temor? La mayoría de nosotros siente que el temor lo producen las circunstancias: falta de estabilidad laboral, situaciones sociales o educacionales que afectan nuestra autonomía o nuestro nivel de vida, el sistema escolar que afecta a nuestros hijos, etc. Nuestros miedos giran en torno a nuestras hipotecas, nuestros empleos, nuestro dinero, nuestro matrimonio, nuestros hijos, nuestra salud, nuestra seguridad. 


La ciencia encuentra distintas causas que explican el miedo. Una es la herencia: algunos niños nacen temerosos. Otra causa son las influencias del medio; algunos niños viven experiencias que los predisponen al miedo. Otra explicación la encuentran en la enfermedad mental; los cuadros paranoicos y depresivos manifiestan síntomas de temor. En los tres casos, la fuente de temor está en la propia persona. 


Podemos entonces considerar el miedo desde dos perspectivas: la causa externa del temor y la persona que se muestra temerosa. 


La pregunta que surge es: ¿Debiera yo ser temeroso? ¿Es realista mi temor, o es exagerado e innecesario? ¿Soy víctima de circunstancias realmente alarmantes, o de mi propia actitud teme-rosa? 


Los temores de los cristianos difieren según dónde viven. En países del Tercer Mundo, los temores se vinculan con la supervivencia. El miedo es mayor ante las catástrofes naturales; muchas personas enfrentan hambre, o son víctimas de la tiranía y la crueldad política. Sin embargo, los cristianos en esas circunstancias llegan a enfrentar la cárcel, el hambre y la muerte, porque perciben allí la guerra entre los poderes espirituales. El llamado al discipulado es un llamado a nuevas formas de tensión. 


Cuando reflexionamos acerca del temor, debemos tener en cuenta tres cosas: nuestra tendencia a ser temerosos; la verdadera naturaleza del peligro; y las fuentes últimas del temor. 


Las fuentes últimas del temor 


Temor que proviene de Dios: 


Hay dos clases de temor en este sentido: el temor del siervo desobediente, y el temor a lo numinoso, a lo maravilloso y sobrenatural. 


En Éxodo 4.24-26 se nos muestra lo temible y lo misterioso de Dios. Hay dos factores que parecen ser de importancia: en primer lugar, el sujeto (en este caso Moisés), es un siervo elegido para una misión especial, para la cual son esenciales la obediencia y devoción absolutas; en segundo lugar, la actitud del siervo Moisés era ambivalente. 


El salmista también vivió esta experiencia de temor: ...He estado afligido y al borde de la muerte; he soportado cosas terribles de tu parte, y ya no puedo más. Tu furor ha pasado sobre mí, y me ha vencido. (Salmo 88.15-16) 


Otra fuente de temor a Dios es su inefable grandeza. Esta fue la experiencia tanto de Daniel como del apóstol Juan. Yo mismo he experimentado este aspecto de la persona de Dios, como otros cristianos en nuestros días. 


Miedo que proviene de Satanás: Su intención es paralizar a los cristianos obedientes. Sus amenazas, si bien generalmente son huecas, pueden resultar reales y provocar miedo. 


Nuestros temores reorientados 


Hay temores necesarios y temores innecesarios. Entre los primeros, contamos el temor a Dios y el temor al pecado. 


Entre los temores innecesarios, están el temor al peligro, a la oscuridad, a las privaciones, a la incapacidad, a la deshonra, a los desastres, a las enfermedades, al abandono, al divorcio, a la muerte, etc. 


Debemos temer a Dios y al pecado, pero a nada más. Jesús dijo: "No tengan miedo de los que pueden darles la muerte... teman más bien al que puede darles muerte y también puede destruirlos para siempre en el infierno" (Mateo 10.28). Pero, ¿es posible eliminar el temor hasta ese punto? 


El apóstol declara: "Precisamente para esto ha venido el Hijo de Dios; para deshacer lo hecho por el diablo" (rJuan 3.8). En el contexto, la obra específica del diablo a la que se hace referencia es el pecado. El reino de Satanás es un reino de pecado, muerte, enfermedad, peligro, desastres, etc. Habiendo vencido a Satanás, Jesús nos llama a seguirlo en su triunfo sobre estas obras de Satanás. Por lo tanto, no debemos temerlas. Las Escrituras nos alientan en este sentido: 


Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. (Salmo 23.4,) 

No tengas miedo a los peligros nocturnos, ni a las flechas lanzadas de día. (Salmo 91.5) 


...ni a las plagas que llegan con la oscuridad. (Salmo 91.6) No amen el dinero, conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: "Nunca te dejaré ni te abandonaré." (Hebreos 13.5; ver también Mateo 6) 


3 La autoridad de Cristo sobre la enfermedad 


En el capítulo anterior vimos que la enfermedad era 'obra del diablo', y que el poder de Cristo sobre la enfermedad era parte y esencia de su misión, en el sentido de poner en evidencia los poderes de las tinieblas. La sanidad era un aspecto de la manifestación de su señorío. 


Aquí reflexionaremos acerca del lugar de la sanidad entre los seguidores de Cristo en la actualidad, como también el lugar de lo sobrenatural y lo milagroso. Consideraremos las cuatro perspectivas corrientes respecto a la ausencia de milagros en la iglesia cristiana; intentaremos una rústica teología acerca de lo milagroso; consideraremos problemas vinculados a los dones espirituales habitualmente enseñados en los círculos pentecostales y carismáticos, y tomaremos en cuenta las enormes dificultades prácticas enfrentadas por cualquiera que intente ejercer la sanidad. 


Cuatro perspectivas acerca de lo milagroso 


A continuación presentamos cuatro perspectivas acerca de los milagros. 


El período de transición 


Algunos dispensacionalistas estiman que los milagros cesaron durante el período correspondiente al libro de los Hechos. Es cierto que lo milagroso se destaca menos hacia el final del libro. El período inicial de los Hechos se considera como un período transicional que introduce la 'era de la iglesia'. 


Sin embargo, es preciso notar que la frecuencia decreciente en la descripción de milagros hacia el final del libro de los Hechos podría tener muchas explicaciones. 


La era apostólica 


Una interpretación más convencional favorecida por algunos reformadores es que los milagros cesaron al final de la 'era apostólica'. Se considera a los doce apóstoles como aquellos a quienes el Señor dio poder para realizarlos. 


Pero el problema con ambas perspectivas es que no hay referencias escriturales claras para respaldar la interrupción de los milagros. Los milagros no se restringieron a los apóstoles. Los setenta también fueron enviados en una misión que demandaba poder sobrenatural (Lucas 10.17-24). Jesús declaró que sus seguidores harían obras mayores que las suyas (Juan 14.12-14). El Evangelio de Marcos (que revela las creencias normalmente sostenidas en la iglesia primitiva), termina declarando que la fe en Cristo sería acompañada de señales milagrosas (Marcos 16.17-18). 


El cierre del canon 


Esta perspectiva asegura que los milagros cesaron después de completarse el canon de las Escrituras, hacia el final del período patrístico. Los que sostienen esta perspectiva afirman que después que se completó el canon de las Escrituras, los milagros dejaban de ser necesarios como demostración del mensaje del evangelio. 


La perspectiva de la recurrencia periódica 


Finalmente, algunos estudiosos de la historia de la iglesia presentan evidencias firmemente documentadas de que los milagros han ocurrido de manera episódica —y a veces aún floreciente—, a lo largo de la historia de la iglesia. Respecto a la época de los Primeros Padres no puede caber ninguna duda. El período medieval contiene demasiada leyenda y superstición como para ser fácilmente evaluado, pero algunos de los relatos tienen el sello de la verdad. Luego, desde los Reformadores en adelante, hay numerosas y bien documentadas curaciones milagrosas, profecías, etc. (Melancton asegura que Lutero lo resucitó de los muertos, mientras que la versión de Lutero, más creíble y menos dramática, es que Dios sanó milagrosamente a Melancton de una tuberculosis pulmonar avanzada, de la que estaba agonizando.) 


Puesto que las curaciones mejor comprobadas involucran a personas y movimientos ampliamente respetados, parecería poco sabio descartar la posibilidad de que actualmente pudieran ocurrir milagros. 


La sanidad en las Escrituras 


Vimos arriba que el fundamento de una teología de los milagros se encuentra en la adecuada comprensión del reino. El señorío ,de Cristo desplaza al de Satanás. El gobierno de Satanás tuvo lugar (bajo la soberanía divina), como resultado del pecado y la caída del ser humano. El dominio de Satanás produjo enfermedad, catás-trofes, muerte. Al vencer a Satanás, Jesús destruyó el poder de todos estos males. La proclamación de su reino, por lo tanto, ha de incluir una demostración de esta destrucción. -


Pero hay una segunda lección que debemos entender. Cuando Cristo se encarnó, invistió a la raza humana —al menos a los redimidos— con su autoridad y gobierno. Jesús se constituyó en el segundo Adán. En el primer Adán, morimos; en el segundo, volvemos a vivir. Con el primero caímos; con el segundo reinamos, aquí y ahora (Efesios 2.6). También con él reinaremos en el futuro, siempre que hayamos participado de sus sufrimientos aquí (Romanos 8.17). Y no cabe duda de que sufriremos, en la medida en que avancemos con autoridad contra los poderes de las tinieblas. 


La enseñanza en Lucas 5.17-26 (curación de un paralítico) 


En este incidente, la autoridad para perdonar pecados está auten-ticada por la habilidad de sanar la enfermedad. Vemos varios. factores aquí: 


Por un lado, la presencia de poder: El poder y la autoridad están relacionados, pero no son la misma cosa. El poder de sanar estuvo presente en esta oportunidad (versículo 17). Aparentemente los observadores podían advertirlo. 


Además, hubo fe: "...viendo su fe." (versículo 20). La fe es necesaria para la sanidad, como lo es para la justificación. Curiosamente, no se trataba en este caso de la fe del individuo sino más bien de aquellos que lo llevaron. Puede haber fe en la persona enferma, en la congregación, en el sanador, o en los amigos o parientes. En cierta medida, la fe es contagiosa. 


La autoridad para perdonar pecados fue respaldada por la autoridad sobre la enfermedad: Los escribas y fariseos afirman que sólo Dios tiene autoridad para perdonar pecados (versículos 20-24). Jesús no evade el asunto; tampoco proclama su divinidad. En lugar de ello, declara que él mismo tiene autoridad para perdonar pecados, y respalda su declaración demostrando su autoridad sobre la enfermedad. 


Vemos que Jesús sana a través de una orden enfática, más que por medio de la oración. "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa." (versículo 24b) 


La demostración de poder y autoridad causó un profundo impacto. Curiosamente, la multitud no alabó al sanador. En esta oportunidad, la atención no se dirigió hacia Jesús. No era ése su objetivo. Los observadores se llenaron de temor y asombro, sabiendo que estaban en presencia de poderes divinos. 


La enseñanza en Hechos 3 (curación de un cojo) 


Parece no haber ruptura alguna entre los principios de sanidad planteados en los Evangelios y en Hechos. 


La curación se realiza por medio de órdenes enfáticas. Pedro ordena a un hombre cojo que camine, en el nombre (por la autori-dad) de Jesús. Algunos consideran a la orden como una forma de oración. Sin embargo, esta difiere de las oraciones que comúnmente ofrecemos por los enfermos. 


El asombro de la multitud ofrecía una oportunidad para predicar a Cristo. De las asombradas preguntas de la multitud, surgió un poderoso mensaje evangelístico (Hechos 3.11-26). Evidentemente Dios había tenido el control en este caso específico de sanidad. El hombre sanado era casi un personaje público. 


El factor milagroso era independiente del poder personal o la santidad del sanador. Pedro niega que se deba a sus atributos personales, y enfatiza el poder y la autoridad de Jesús (versículos 12, 16). 


Las autoridades religiosas se ven desconcertadas en sus intentos de suprimir la predicación. La presencia del hombre sanado, su notoriedad, la evidencia del milagro, el conocimiento público de los hechos, le impedían al Concilio tomar una medida terminante (Hechos 4.13-22). Uno se pregunta si acontecimientos similares harían posible una predicación más efectiva entre los musulmanes en la actualidad, por ejemplo. Las autoridades en la China comunista se ven habitualmente perturbadas por los milagros que ocurren allí. 


La reacción en contra de las sanidades 


Muchos evangélicos reaccionan negativamente frente a la sani-dad, porque parece ser la especialidad de los pentecostales y los carismáticos. Se hacen dos tipos de objeciones a estos grupos. A veces la objeción es de carácter doctrinal, pero otras veces es una reacción ante comportamientos inmaduros o anti-cristianos. 


La principal objeción tiene que ver con el bautismo del Espíritu Santo y el hablar en lenguas. Para la mayoría de los pentecostales y de los carismáticos, ambos son esenciales para una vida llena del Espíritu, una vida victoriosa, y el ejercicio de la sanidad. También hay una tendencia, que otros evangélicos encuentran irritante, a transmitir la impresión de que los cristianos que no han pasado por el bautismo son ciudadanos de segunda categoría. 


Como calvinista, no sostengo esa posición respecto al bautismo del Espíritu Santo y el don de lenguas, aunque debo destacar dos cosas. En primer lugar, parece ser un hecho que todos los sana-dores pentecostales y carismáticos de éxito han vivido una expe-riencia espiritual en la que han hablado en lenguas. En segundo lugar, sanadores no pentecostales (que no sostienen la doctrina del 'segundo bautismo') pueden o no hablar en lenguas. Si lo hacen, no necesariamente lo consideran como un pre-requisito para ejercer la sanidad. 


No podemos analizar aquí diferentes perspectivas entre los cristianos respecto a los dones del Espíritu Santo. 


La otra objeción que se suele levantar tiene que ver con las personas que ejercen el ministerio. Una revisión de la vida de algunos famosos sanadores pentecostales revela que su testimonio se arruinó por irregularidades financieras, declaraciones exageradas acerca de sus éxitos, y a veces por inmoralidad sexual y alcoholismo. Varios de los grandes sanadores no han tenido buenas relaciones con las denominaciones pentecostales, y muchos han fundado sus propias organizaciones. 


Sin embargo, hay evidencia de curaciones milagrosas y de muchas conversiones reales durante su ministerio. Sería imprudente atribuir los resultados al diablo. Las Escrituras dejan en claro que los milagros pueden ser realizados en el nombre de Jesús por aquellos que no están caminando con Cristo y aun por los inconversos (Mateo 7.22-23). 


En ocasiones, quizás nos hemos mostrado demasiado ansiosos, por desacreditar la imagen de algunos sanadores, temiendo que su éxito pusiera en evidencia nuestra incapacidad. Dificultades prácticas que enfrenta el sanador Aun los cristianos que están convencidos de la validez de la curación sobrenatural experimentan muchas dificultades para administrarla. Se puede clasificar estos obstáculos en varias categorías: 


Diferencias con el modelo bíblico 


Las descripciones de curaciones en las Escrituras dan la impresión de que éstas casi siempre son completas e instantáneas. Las curaciones actuales pueden o no serlo. Algunas veces, la lentitud del proceso, y el hecho de que la curación no sea completa, son reflejo de expectativas inadecuadas. 


Estas diferencias no debieran llevarnos a menoscabar la reali-dad de la sanidad sino más bien a interesarnos por la recuperación de todo lo que implica la sanidad en el Nuevo Testamento. 


Dudas y temores 


Todas las experiencias nuevas, especialmente aquellas que atañen a puntos de vista que hemos venido considerando erróneos, pueden producirnos perplejidad, depresión y temor. Muchos cris-tianos con notables dones de sanidad describen períodos de temor y confusión cuando comenzaron a ejercerlos. No es fácil arriesgar la frustración de alguien a quien se le han creado expectativas. No es fácil fracasar en algo en lo cual los recién cónver tidos, a veces, tienen mucho éxito. 


Expectativa y poder 


Resulta más fácil aceptar la sanidad si uno ha crecido en una atomósfera donde los milagros se dan por sentado y ocurren de manera regular. Las iglesias y países donde se dan estas condicio-nes son iglesias y países en los que se puede observar una excep-cional convicción de pecado (que nos recuerda las descripciones de avivamiento de la historia de la iglesia), y donde las manifesta-ciones demoníacas se enfrentan con frecuencia. Todo creyente que tenga la posibilidad, debiera tomar contacto directo con esos ambientes más abiertos a lo sobrenatural. 


El proceso de aprendizaje 


La idea de qué uno puede aprender a sanar toma por sorpresa a la mayoría de las personas. Aprender a sanar rio es diferente de aprender a orar, a caminar en el Espíritu, etc. 


Uno aprende a sanar de la misma manera que aprende a andar en bicicleta: haciéndolo. Se comienza, y uno aprende cometiendo errores. Uno no espera experiencias especiales o sensaciones de fe. Las unciones espirituales son reales, pero no siempre son detectadas por la persona que las vive. 


A pesar del temor, es preciso actuar con la autoridad de un siervo reconocido del Cristo vencedor. Podemos sugerir los siguien-tes pasos: 


1. Escuche lo que el afectado tiene para decir acerca del problema. 


2. Evalúe. Extraiga alguna conclusión. No se apoye única-mente en la sabiduría y el entrenamiento humanos: ábrase a la sabiduría del Espíritu Santo. La enfermedad, física o mental, puede estar relacionada con pecados ocultos y actitudes perjudiciales. 


3. Actúe. Pida la unción del Espíritu Santo para la persona. Diríjase a la enfermedad o a la persona en el nombre de Jesús. Observe cuidadosamente qué sucede. Si no está seguro, pre-gúntele ala persona qué es lo que está ocurriendo, si es que algo ocurre. Agradezca a Dios cualquier cosa que suceda. 


4. Aconseje a la persona, sea que se haya sanado o no. 


La actitud necesaria 


No es fácil persistir a la vista del fracaso, pero hasta que uno no haya seriamente intentado sanar al menos cien personas, no es prudente llegar a la conclusión de que Dios no puede usarlo a uno para sanar. Comience por comprometerse a orar por toda persona necesitada de curación con la que usted se encuentre. 


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La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (2ra parte) La autoridad del reino y el principe de este mundo, por John White (2ra parte) Revisado por el equipo de Nexo Cristiano on mayo 14, 2024 Rating: 5
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