La unidad de la iglesia, por José Míguez Bonino
La unidad de la iglesia, por José Míguez Bonino
¿Qué significa? ¿Cómo se manifiesta? ¿Qué debemos hacer?
¿Por qué hablar tanto de la unidad de la Iglesia?
«Unidad» es una palabra agradable: nos habla de paz, armonía, comprensión. También pensamos en sus beneficios: reunión de esfuerzos, ahorro de energías por una mejor distribución de los recursos humanos y materiales disponibles, posibilidades de realizaciones de mayor alcance. En fin, todo lo que la sabiduría popular ha acuñado en refranes: «la unión hace la fuerza», «los hermanos sean unidos…», «una mano lava la otra». Son las consideraciones que mueven hoy las empresas, los investigadores científicos; es la famosa ‘’globalización de todos y todo. La unidad se presenta como un imperativo del momento en todos los órdenes. Pero es también importante que, aunque sea eficaz - y a veces precisamente por ser eficaz - no toda «unidad» es buena: se unen los ladrones para robar mejor, los grupos financieros para dominar el mercado mundial y moverlo a su antojo, las grandes compañías para ejercer un monopolio.
¿Qué significa esto para nuestras iglesias? Podríamos pensar en términos prácticos y tendríamos las ventajas positivas de las que hablamos. Pero también podría ser una tentación para unirnos para ejercer o influenciar en nuestro favor el poder político o económico, para monopolizar la vida religiosa de una sociedad, para definir la ley, la educación; en una palabra, para «hacernos dueños» de una sociedad.
Cómo creyentes en Jesucristo, nuestro punto de partida para hablar de unidad es otro muy distinto: La razón fundamental para la búsqueda de la unidad de las iglesias cristianas es la convicción que esa es la voluntad de Señor. Aunque la unidad nos cueste mucho, aunque requiera sacrificios, las iglesias no podrán dejar de buscarla si entienden que eso es lo que Dios exige de ellas.
Pero, ¿cómo sabemos que Dios quiere la unidad? ¿Y qué clase de unidad quiere? Como evangélicos, tenemos que comenzar preguntán-donos, no si nos gusta, si nos conviene, o adónde nos lleva, sino qué dice la Palabra de Dios. La norma y el contenido de la unidad deben buscarse en las Sagradas Escrituras, en las cuales Dios nos explica el significado y la misión de la Iglesia.
La unidad de la Iglesia en el Nuevo Testamento
Para el Nuevo Testamento la Iglesia es una. Es una porque hay un solo Dios, un solo Señor Jesucristo, un único Espíritu Santo. Y los creyentes somos, personal y comunitariamente, creación de ese Dios trino y uno.
Tal vez podemos comprender un poco mejor el concepto si pensamos en la diferencia entre la unidad de un club y la de una familia. La primera depende de la voluntad de los socios. Si deciden separarse, dividirse, ya no tienen más nada que ver entre sí: son dos o tres clubes y eso es todo. Pero, en una familia, la unidad es anterior a nuestra decisión y no depende de nuestros deseos y actitudes. Los miembros de la familia podemos reñir, odiarnos, alejarnos uno del otro, pero no podemos dejar de ser una familia: lo único que podemos lograr es que nuestra conducta contradiga los lazos que nos unen. Por eso, esa conducta es reprochable: en lugar de expresar en vida que somos uno, nos comportamos como si no lo fuéramos.
Es precisamente eso lo que el Nuevo Testamento nos dice en Efesios 4.3-6 y 1 Corintios 12.3-6. Ante los conflictos en Corinto, el apóstol se horroriza y se indigna: «¿Acaso está Cristo dividido?» (1 Corintios 1:13). Esa división es,por su misma existencia, una negación del evangelio.
Es bueno notar, al mismo tiempo, que el Nuevo Testamento habla de «iglesias», en plural. Sabemos, por el Nuevo Testamento, que hubo iglesias en Jerusalén, en Samaria, en Asia Menor, en Roma. Y por la historia, que hubo otras de las cuales sabemos muy poco: en el norte de Africa (cf. Hechos 8:26-39), en Mesopotamia, tal vez hasta en la India. Y sabemos que diferían en muchos aspectos: organización, formas de culto, incluso tendencias teológicas. Hay muy poca duda de que, en el Nuevo Testamento, las iglesias mencionadas son «locales»: los que son de Cristo en un mismo lugar, son «un cuerpo» en Cristo, y deben comportarse como tal. Pero eso no impide, sino por el contrario exige, que también se hable de la Iglesia, en singular, como lo atestigua con mucha fuerza la epístola a los Efesios. Por eso no se habla de «la iglesia de Corinto» sino de «la iglesia de Dios que está en Corinto», en Jerusalén, en Filipos o en cualquier otra parte. Por eso se espera que cada congregación mantenga una plena comunión con las demás, oren por ellas, brinden su ayuda en momentos de dificultad, se regocijen con sus triunfos. Alguien ha utilizado un símil (imperfecto como todo símil) para hablar de ese doble aspecto: la misma agua —de una lluvia, por ejemplo— puede volcarse en distintos recipientes y toma por ello distintas formas, pero no son «distintas aguas» sino mani-festaciones concretas y plenas de la misma agua. La unidad local y la unidad universal son manifestaciones de la misma Iglesia de Dios: la que el Señor genera, acompaña, hace crecer, protege y corrige y a la que promete victoria.
¿Cómo se hace visible esa unidad ya dada?
En el Nuevo Testamento tenemos algunas respuestas iniciales. Se trata de una unidad en una fe común basada en un mismo mensaje apostólico (Hechos 2:42; 8:14ss.). Como sabemos, eso no significaba uniformidad de doctrina en los detalles (la misma variedad de lenguaje y de énfasis entre una y otra epístola lo muestra), pero sí un testimonio común de los elementos esenciales de la fe, particularmente el mensaje de la muerte y resurrección de Jesucristo, la fe en él para remisión de pecados, el nacimiento a una nueva vida y el seguimiento de Jesucristo.
El Nuevo Testamento habla también de una unidad en el bautismo y en la comunión (Cena del Señor). «Hay un único bautismo» (Efesios 4:5). Es evidente que no se refiere aquí a los detalles de su celebración, a los que el Nuevo Testamento no presta mayor atención, sino a la participación en la muerte y resurrección del Señor (1 Corintios 1:13; Romanos 6:1-5). Lo mismo se aplica a la Cena del Señor (1 Corintios 10:17). Es por eso que Pablo se indigna cuando Pedro, por prejuicios sectarios o presiones externas, quiebra la comunión con los cristianos de origen pagano (Gálatas 2:11-13).
Finalmente —e importa no olvidarlo— la unidad se manifiesta en la ayuda y sostén mutuos. Los cristianos deben ser recibidos como hermanos en cualquier comunidad local (Ro 16:1-2), practican la hospitalidad fraternal (Romanos 12:13; Hebreos 13:2). Una congregación se siente responsable por la otra y procura ayudarla en sus necesidades (Hechos 11:17-30), en tiempos de carencia o de persecución.
Demasiado bien sabemos que los siglos siguientes fueron testigos de divisiones, conflictos, luchas de poder entre las distintas «iglesias», no tanto en cuanto congregaciones locales sino con respecto a las agrupaciones geográficas o las circunscripciones políticas. No vamos a entrar ahora en esa historia, porque no es posible hacerlo dentro de la brevedad de esta nota y porque, además, no nos ayudaría demasiado en nuestra intento de entender nuestra responsabilidad actual con respecto a la unidad. Pero sí vale la pena recordar que nunca hubo, históricamente, una iglesia una y única, a nivel institucional, doctrinal o sacramental. Hubo, sí, y sigue habiendo, iglesias que, por su situación mayoritaria en un ámbito geográfico o cultural, por su poder o por su propia autocomprensión se consideran y declaran «la iglesia». Pero, histórica y concretamente, a nivel empírico, sólo existen iglesias.
El testimonio de unidad
¿Como podemos mejor vivir y dar testimonio en nuestro tiempo y lugar de que somos uno en Jesucristo —su Iglesia?
La conciencia de que la división tal como la vivimos en nuestras iglesias no es la diversidad genuina que hace visible la unidad de «la Iglesia de Dios» en nuestras iglesias es lo que ha impulsado a los cristianos a buscar formas de vivir y obrar de tal manera que sea claro
que es «la misma agua», aunque los recipientes sean distintos.
Podríamos hablar de varios intentos de respuesta.
1. La unidad espiritual
La idea es que la unidad de la Iglesia se basa en la obra del Espíritu Santo, y el amor de Cristo que el Espíritu derrama en los creyentes es el vínculo de esa unidad. Por lo tanto, podría pensarse que no es necesaria ni conveniente ninguna organización o institucionalización de ese «amor de Cristo». La primera definición es realmente correcta, ¿pero por qué la unidad espiritual no debiera tomar también formas de relación visibles en la vida y el testimonio de las iglesias? ¿No son los «frutos del Espíritu» siempre muy concretos y tangibles? ¿No nos ha dicho el Señor que somos «uno» en él «para que el mundo crea»?
2. La unidad federativa
Ya en un terreno concreto, hay quienes abogan por una unidad federativa, es decir, que las iglesias, manteniendo sus identidades y estructuras actuales, formen «federaciones» o «consejos» para consulta y colaboración mutua, pero sin tocar los aspectos doctrinales y sacramentales y sin ceder nada de su identidad denominacional o lo¬cal'. Creo que tenemos ejemplos muy concretos del bien que esta forma de expresar la unidad ha hecho en la vida y misión de las iglesias. Pero ¿cómo podemos profundizar este testimonio y servicio juntos excluyendo aquellas cosas que son centrales a la vida de a iglesia: la enseñanza del evangelio, el bautismo, la comunión en la mesa del Señor, el servicio y la ayuda mutua?
3. La unidad orgánica
En respuesta a esta pregunta, también hay quienes buscan una unidad en la comunión que «sostiene la misma fe apostólica, predica el mismo evangelio, parte el mismo pan, se une en oración común y tiene una vida común que se manifiesta en testimonio y servicio a todos». ¿Qué significa esto concretamente? Algunos piensan en una unidad orgánica institucional: algunas iglesias, en un país o una región, se unen formando una sola iglesia—hay ejemplos en Canadá, India del Sur, Australia, Japón y otros lugares. No significa que allí no haya otras iglesias sino que algunas han hallado que su mejor testimonio requería esa unidad y continúan abiertas para recibir a otras que quieran participar en ellas. Hay otras iglesias, en cambio, que conservando sus definiciones doctrinales, estructuras y tareas propias, afirman un acuerdo doctri¬nal y práctico básico, la intercomunión y el reconocimiento mutuo del bautismo, lo que les permite el intercambio de pastores, la formación en común de sus ministerios o de los materiales educativos y toda una serie de tareas prácticas.
4. Asociaciones
Aunque no se consideren a menudo parte de la unidad de la Iglesia, creo que también lo son las asociaciones de miembros de distintas iglesias, que manteniendo su fidelidad a las mismas, se asocian en diversas tareas, de evange-lización, de reflexión teológica, de servicio social.
Conclusión
Seguramente podrían describirse muchas otras formas en que la Iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu - que son siempre uno - han tratado en el pasado y el presente - y seguirán haciéndolo - de expresar esa unidad. Lo que no podemos permitirnos es el aislamiento, la autosuficiencia, el menosprecio de nuestras iglesias hermanas, los conflictos caprichosos (que el apóstol Pablo designa como 'carnales' en 1 Corintios 3.1-4) que resultan un 'escándalo para los débiles' dentro y fuera de la iglesia. Cada creyente y cada comunidad de creyentes tiene un compromiso irrenunciable de buscar, bajo la dirección del Espíritu y de la Palabra, las formas concretas, visibles y eficaces de esa unidad. Todas estas formas serán imperfectas, insuficientes y transformables, como lo es toda la vida del creyente hasta aquel día en que definitiva y plenamente Dios sea para siempre "todo en todos". Pero, por la misericordia y el poder de Dios, aún en su imperfección, podrán transformarse en testimonios vivientes, en medios de evangelizacion, en participación en la misión de Dios a la que él nos invita.
Notas:
He evitado el empleo de expresiones como 'iglesias autónomas' o 'independientes', porque, aunque puedan legítimamente emplearse en un sentido jurídico o institucional, me parece que se prestan a entenderse como algo autosuficiente, completo y encerrado en si mismo, que es la mayor contradicción de lo que una iglesia de Dios significa!
Fuente:Revista Iglesia y Misión, Número 71/72, Año 2000
La unidad de la iglesia, por José Míguez Bonino
Revisado por el equipo de Nexo Cristiano
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abril 28, 2024
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