Pecadores en las manos de un Dios airado, por Jonathan Edwards
"Pecadores en las manos de un Dios airado" es un sermón escrito por el teólogo calvinista estadounidense Jonathan Edwards, predicado el 8 de julio de 1741 en Enfield, Connecticut. Como otros sermones y escritos de Edwards, combina una vívida presentación del infierno con observaciones del mundo y citas de la Biblia. Se trata del sermón más famoso de Edwards, y a menudo es estudiado y analizado por teólogos e historiadores, proporcionando un ejemplo sobre la teología del "Gran Despertar" de entre 1730 - 1755.
A su tiempo su pie resbalará, Deuteronomio 32:35 RVR1960
1 Indica que siempre estuvieron expuestos a ser destruidos, tal como él que
se para o camina en lugares resbalosos siempre está expuesto a caer. Esto implica la manera como será destruido, la cual se representa como sus pies resbalando. Lo mismo expresa el Salmos 73:18: “Ciertamente los has puesto en
deslizaderos; en asolamientos los harás caer”.
2 Implica que siempre habían estado expuestos a una destrucción inesperada y repentina. Al igual como el que camina por lugares resbalosos está expuesto a caer en cualquier momento, no puede predecir si al instante siguiente
seguirá de pie o caerá súbitamente, sin advertencia, lo cual también expresa el
Salmos 73:18-19: “Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores”.
3 Otra cosa implicada es que caerán por su propia culpa, sin que nadie los
empuje a tierra. De hecho, el que está de pie o camina en suelo resbaloso no
necesita nada fuera de su propio peso que lo tire al suelo.
4 La razón por la que no han caído aún, ni caen ahora, es solo porque el
tiempo señalado por Dios no ha llegado. Porque dice que cuando llegue ese
momento señalado su pie resbalará. Entonces dejará que caigan por su propio
peso. Dios no los seguirá sosteniendo en esos lugares resbalosos, sino que los
soltará, y entonces, en ese mismo instante, caerán a su destrucción, tal como
aquel que anda en un terreno en declive y resbaloso al borde de un abismo y no
puede sostenerse solo: cuando lo sueltan cae instantáneamente y desaparece.
El comentario acerca de las palabras que ahora quiero enfatizar es este: “No
existe nada que mantenga fuera del infierno en ningún momento a los impíos,
sino simplemente la discreción de Dios”. Al decir discreción de Dios me refiero
a su discreción soberana, su voluntad absoluta, no restringida por ninguna
obligación ni obstaculizada por ninguna dificultad, ni ninguna otra cosa que
quisiera indicar que la simple voluntad de Dios no tiene, en ningún momento,
en ningún grado o en ningún sentido, nada que ver con la preservación de los
impíos en ninguna instancia.
La verdad de esta observación se hace evidente al considerar lo siguiente:
1 A Dios no le falta poder para echar a los impíos al infierno en cualquier
momento. Las manos de los hombres no tienen fuerza cuando Dios se levanta.
Los más fuertes no tienen el poder para resistirle, ni nadie puede librarse de
sus manos.
Él no solo es capaz de arrojar a los impíos en el infierno, sino que puede
hacerlo con mucha facilidad. Algunas veces, las autoridades terrenales enfrentan la dificultad de no poder vencer a un rebelde que ha encontrado manera de
fortificarse, y se ha hecho fuerte por la cantidad de seguidores. Pero con Dios
no es así. No hay baluarte que pueda ofrecer resistencia al poder de Dios. Aunque muchos se unan y formen una gran multitud de enemigos aliados contra
Dios, él los hace pedazos sin mayor dificultad. Son como manojos de paja en el
torbellino, o gran cantidad de rastrojos en las llamas devoradoras. Nos es fácil
pisotear y aplastar un gusano que vemos arrastrase por el suelo, también nos
es fácil cortar o chamuscar un hilo delgado del cual cuelga algo; y así de fácil
es para Dios, a su discreción, hacer caer a sus enemigos al infierno. ¿Qué somos nosotros para pretender hacerle frente a él ante cuya reprensión la tierra
tiembla y ante quien las rocas se desploman?
2 Ellos merecen ser echados al infierno, por lo tanto la justicia divina nunca se interpone; no objeta el que Dios use su poder en cualquier momento para
destruirlos. Más bien, por el contrario, la justicia clama pidiendo el castigo infinito de sus pecados. La justicia divina dice del árbol que produce las uvas de
Sodoma: “Córtalo, ¿para qué inutiliza también la tierra?” (Lucas 13:7). La espada
de la justicia divina está en cada momento blandeada sobre sus cabezas, y lo
único que la detiene es la mano de deliberada misericordia y la mera voluntad
de Dios.
3 Ellos ya han sido sentenciados a condenación en el infierno. No solo merecen con justicia ser arrojados en él, sino que la sentencia de la ley de Dios,
esa regla eterna e inmutable de justicia que Dios ha determinado entre él y la humanidad, ha dado su fallo en contra de ellos, y bajo ese fallo permanecen de
manera que van camino al infierno. “El que no cree, ya ha sido condenado”
(Juan 3:18). Así que todos los inconversos pertenecen propiamente al infierno,
ese es su lugar, de allí son. “Vosotros sois de abajo” (Juan 8:23), todos están
amarrados allí; es el lugar que la justicia, la Palabra de Dios y la sentencia de
su ley inmutable les ha asignado.
4 Ellos son ahora el objeto de esa misma cólera e ira de Dios expresadas en
los tormentos del infierno. Y la razón por la que no descienden al infierno a
cada momento, no es porque Dios, bajo cuyo poder se encuentran, no esté en
ese preciso momento airado con ellos, como lo está con las muchas criaturas
desgraciadas que ahora están siendo atormentadas en el infierno, donde sienten y viven el furor de su ira. Sí, Dios está mucho más airado con muchos ahora sobre la tierra, aun sin duda con algunos que leen este folleto quienes,
creyéndose a salvo, se encuentran en las mismas condiciones que aquellos que
ahora están en las llamas del infierno.
Pero no es porque Dios pase por alto su impiedad ni se ofenda, que no actúa
y los quita de en medio. Dios no es para nada como ellos, aunque se creen que
lo es. La ira de Dios arde en contra de ellos, su condenación no duerme; el
abismo está preparado, el fuego está listo, la caldera está caliente, todo dispuesto para recibirlos; las llamas rugen y arden. La espada resplandeciente y afilada
está blandida sobre ellos y el abismo ha abierto su boca debajo de ellos.
5 El diablo está listo para arremeter contra ellos y tomarlos como suyos en
el preciso instante que Dios se lo permita. Le pertenecen a él; posee sus almas
y están bajo su dominio. Las Escrituras los presentan como su posesión (Lucas 11:21). Los demonios los vigilan, siempre están a su lado, los están esperando
como leones hambrientos y codiciosos que ven su presa y esperan tenerla, pero
por el momento se retiene. Si Dios retirara su mano que los detiene, arremeterían sobre sus pobres almas. La serpiente antigua los ansía, el infierno abre su
amplia boca para recibirlos; y si Dios lo permitiera, serían rápidamente tragados y perdidos.
6 Reinan en el alma de los impíos esos principios infernales que se encenderían y flamearían en el infierno ya mismo si no fuera porque Dios los refrena. En la naturaleza misma del hombre carnal está el fundamento de los
tormentos del infierno. Están esos principios corruptos que reinan en ellos y
los poseen plenamente, que constituyen la semilla del fuego del infierno. Los
principios están activos y son poderosos, son excesivamente violentos en su naturaleza, y si no fuera por la mano restrictiva de Dios sobre ellos, pronto esta6
llarían y arderían de la misma manera como lo hacen la corrupción y enemistad en los corazones de las almas ya en condenación, y engendrarían los mismos tormentos que engendran en estos. Las almas de los impíos son
comparadas en la Escrituras con el tempestuoso mar (Isaías 57:20). Por ahora,
Dios refrena la maldad de ellos con su gran poder, como lo hace con las olas
embravecidas del mar, diciendo: “Hasta aquí llegarás, y de aquí no pasarás”,
pero si Dios retirara ese poder frenador, arrasaría con todo. El pecado es la
ruina y la perdición del alma, es destructivo en su naturaleza, y si Dios no lo
restringiera, ya no necesitaría ninguna otra cosa para hacer sufrir más al alma.
La corrupción del corazón del hombre es inmoderada e ilimitada en su furor; y
mientras vivan aquí los impíos es como un fuego contenido por el curso de la
naturaleza; y como el corazón ahora es todo pecado, de no ser restringido, al
instante convertiría al alma en un horno ardiente, o en una caldera de fuego y
azufre.
7 El hecho de que la muerte no sea algo visible, no es, en ningún momento, ninguna seguridad para los impíos. No es ninguna seguridad para el hombre natural el hecho de que ahora goce de buena salud, ni que no contemple la
posibilidad de partir de este mundo inmediatamente por algún accidente, ni el
que no perciba ningún peligro en ningún aspecto en sus circunstancias presentes. Las multifacéticas y continuas experiencias de toda la humanidad prueban que el hombre se encuentra siempre al borde de la eternidad, de que su
próximo paso puede ser a otro mundo. Las maneras invisibles e insospechadas
de cómo las personas parten de este mundo son innumerables e inconcebibles.
Los inconversos caminan sobre el abismo del infierno sobre una cobertura podrida, y hay incontables lugares en esta cobertura que son muy débiles e imperceptibles. Las flechas de la muerte vuelan al mediodía y ni la vista más
aguda las puede discernir. Dios tiene tantas maneras diferentes y inexplicables
de sacar a los impíos de este mundo y de mandarlos al infierno, que nada hay
que haga parecer que Dios necesita depender de un milagro, o que debe cambiar el curso normal de su providencia para destruir en cualquier momento al
impío que quiera. Todas las maneras como los pecadores pueden partir de este
mundo están tan en las manos de Dios, tan universal y absolutamente sujetas a
su poder y determinación, que no depende de nada que no sea sencillamente la
voluntad de Dios el que los pecadores se vayan en cualquier momento al infierno, o que todavía sigan aquí
8 La prudencia del hombre natural y el cuidado de su propia vida o el cuidado de otros para preservarla, no le aseguran ni un instante de vida. La providencia divina y la experiencia universal dan testimonio de esto. Existe esta7
clara evidencia de que la sabiduría propia del hombre no lo asegura contra la
muerte. Si fuera de otro modo, veríamos algunas diferencias entre los sabios y
políticos del mundo y otros, en cuanto a su propensión a una muerte temprana
e inesperada. En cambio, ¿cuál es la realidad? “También morirá el sabio como
el necio” (Eclesiastés 2:16).
9 Todos los esfuerzos y maquinaciones que los impíos usan para escapar
del infierno, a la vez que rechazan a Cristo y siguen siendo impíos, no los libera del infierno ni por un instante. Casi todos los hombres naturales que se enteran del infierno, se engañan creyendo que escaparán, que su propia seguridad
depende de ellos mismos, se felicitan por lo que han logrado, y lo que están logrando y por lo que tienen la intención de lograr; cada uno hace su propio razonamiento: cómo evitará la condenación y se felicita de que planea bien lo
suyo, y que sus estratagemas no fallarán.
Oye decir que pocos se salvan, y que
la mayoría de los hombres que han muerto hasta ahora se han ido al infierno;
pero cada uno se imagina que tiene un plan más eficaz que los demás para escapar. No tiene ninguna intención de ir a ese lugar de tormento; se dice en su
interior que se encargará de que eso no suceda y organiza sus cosas de modo
que no fallará.
Pero los hijos necios de los hombres se engañan miserablemente con sus
propias estrategias y confiando en su propia fuerza y sabiduría; no confían en
más que una mera sombra. La mayoría de esos que hasta ahora han vivido bajo
esas mismas esperanzas, ahora han muerto e indudablemente ido al infierno; y
no ha sido porque fueran menos sabios que los que ahora viven, no ha sido
porque no organizaran sus asuntos tan bien con miras a asegurarse su propia
liberación. Si pudiéramos acercarnos y hablar con ellos y preguntarles, uno
por uno, qué esperaban cuando vivos, y cuando escuchaban hablar del infierno,
de estar sujetos a ese sufrimiento, oiríamos que cada uno responde: “No, mi
intención nunca fue terminar aquí; yo ya había planeado otra cosa; pensaba
que mi estratagema era buena. Pensaba encargarme de todo, pero esto me sucedió de pronto, no esperaba que fuera así, me sorprendió como ladrón en la
noche. La muerte se burló de mí; la ira de Dios fue demasiado rápida para mí.
¡Oh mi maldita insensatez! Me engañaba a mí mismo, y me complacía a mí
mismo con sueños vanos de lo que pensaba haría en el más allá, y cuando hablaba de paz y seguridad, vino sobre mí la destrucción repentina”.
10 Dios no ha asumido ninguna obligación, ni ha hecho ninguna promesa
de resguardar en ningún momento al hombre natural del infierno. Dios no ha
hecho ninguna promesa de vida eterna, ni de liberación o preservación de una
muerte eterna, aparte de lo que estipula en su pacto de gracia: las promesas
dadas en Cristo en quien todas las promesas son sí y amén. Pero los que no
tienen ningún interés en la promesa del pacto de gracia y que no son hijos del
pacto, que no creen en ninguna de las promesas, no tienen interés alguno en el
Mediador del pacto.
De modo que, cualquier cosa que algunos se han imaginado o supuesto
acerca de las promesas al hombre natural que sinceramente busca respuestas,
podemos afirmar sin equivocarnos que todo lo que el hombre natural acepte
como religión, y cualesquiera que sean sus oraciones, hasta que crea en Cristo,
Dios no tiene ninguna obligación de librarlo en ningún momento de la destrucción eterna.
Entonces es así que el hombre natural sostenido en la mano de Dios extendida sobre el abismo del infierno, merece ese fuego del abismo, ya está sentenciado a él, y Dios está muy encolerizado: su ira es tan grande hacia él como la
que siente por los que de hecho están sufriendo en el infierno la intensidad de
su ira y nada han podido hacer para apaciguarla. Ni está Dios comprometido
por ninguna promesa de seguir sosteniéndolo ni siquiera un momento. El diablo lo espera, el infierno lo ansía, las llamas se reúnen y centellean a su alrededor y lo atraparán y devorarán. El fuego reprimido en su corazón lucha por
escapar y no tiene interés en ningún Mediador. No hay ningún medio a su alcance que le dé seguridad. En resumen, el hombre natural no tiene ningún refugio, nada a que aferrarse; lo único que lo preserva es la voluntad absoluta de
un Dios encolerizado, no de ningún pacto ni ninguna obligación de ser paciente.
Aplicación
La presentación de este terrible tema tiene el propósito de despertar a los inconversos y llevarlos a una convicción del peligro que corren. Esto que has escuchado es el caso de cada persona sin Cristo. Ese mundo de sufrimiento, ese
lago de azufre ardiente, se extiende debajo de ti. Allí está el espantoso abismo de
las llamas abrasadoras de la ira de Dios; allí está la boca inmensa del infierno
abierta de par en par y tú no tienes nada que te sostenga, nada a lo cual aferrarte; no hay nada más que aire entre tú y el infierno. Es solo el poder y la simple
voluntad de Dios que te impide caer.
Es posible que no estés consciente de esto, sabes que no estás en el infierno,
pero no ves la mano de Dios en ello, sino que dependes de otras cosas, como
ser tu buena salud, el hecho de que te cuidas y los medios que usas para tú
subsistencia. Pero la realidad es que estas cosas no son nada; si Dios retirara su
mano, esas cosas no impedirían que cayeras, tal como el aire no puede sostener
a alguien suspendido de él.
Tu iniquidad te hace, por así decirlo, pesado como el plomo y te haría caer
con gran peso y presión hacia el infierno, y si Dios te soltara, te hundirías inmediatamente, cayendo velozmente en el abismo sin fondo; y tu buena salud,
el hecho de que te cuides y los medios usados para tu subsistencia, y toda tú
justicia y rectitud no tendrían ninguna influencia para sostenerte e impedir
que caigas al infierno, tal como una tela de araña no puede detener una roca al
caer. De no ser por la voluntad soberana de Dios, la tierra no te sostendría ni
un instante porque eres una carga para ella. La creación gime contigo, todas
las criaturas están sujetas involuntariamente a la esclavitud de tu corrupción,
el sol no brilla voluntariamente sobre ti para darte luz y para que sirvas al pecado y a Satanás; la tierra no da sus frutos voluntariamente para satisfacer tus
pasiones, ni es voluntariamente el escenario sobre el cual cometes tus impiedades; el aire no te da voluntariamente el aliento para mantener en ti el hálito
de vida mientras pasas tu vida sirviendo a los enemigos de Dios. Las criaturas
de Dios son buenas y fueron hechas para que el hombre sirviera con ellas a
Dios; y no es voluntariamente que se prestan para ningún otro propósito, y
gimen cuando sufren abusos para cumplir propósitos tan directamente contrarios a su naturaleza y finalidad. Y el mundo te vomitaría, si no fuera por la
mano soberana de aquel que lo sujeta con esperanza. Las sombrías nubes de la
ira de Dios flotan ahora directamente sobre tu cabeza, llenas de terribles tempestades y truenos, y de no ser por la mano restringente de Dios irrumpirían
inmediatamente sobre ti. La voluntad soberana de Dios por ahora detiene él
ventarrón, de otra manera llegaría con furia, y la destrucción llegaría como un
remolino y sería como la paja del suelo trillado del verano.
La ira de Dios es como aguas caudalosas que están refrenadas por ahora;
pero aumentan más y más, y suben más y más, hasta que se les da salida, y
cuanto más se les deja subir, con más velocidad y poder será su corriente
cuando por fin se sueltan. Es cierto que el juicio contra tus obras perversas no
se ha ejecutado todavía, los diluvios de la venganza han sido retenidos, pero
mientras tanto, tu culpa aumenta constantemente, día tras día va juntando
más ira y no es sino por la simple voluntad de Dios que detiene las aguas que
no quieren ser detenidas y presionan fuertemente para salir. Si Dios tan solo
retirara su mano de la compuerta, se abriría inmediatamente, y los feroces diluvios del furor y la ira de Dios arremeterían con una furia inconcebible, y caería sobre ti con poder omnipotente, y si tu fuerza fuera diez mil veces mayor de10
lo que es, hasta diez mil veces mayor que la fuerza del diablo más poderoso en
el infierno, no sería nada para detenerla o resistirla.
El arco de la ira de Dios está encorvado, la flecha lista en la cuerda, y la justicia apunta la flecha a tu corazón y estira el arco. No es otra cosa sino la mera determinación de Dios, y este un Dios airado, sin haber hecho ninguna promesa o
tener ninguna obligación, que evita que la flecha se embriague con tu sangre.
Así que todos ustedes que nunca han pasado por un gran cambio de corazón, realizado por el gran poder del Espíritu de Dios sobre sus almas, todos los
que nunca han nacido de nuevo, ni han sido hechas nuevas criaturas, ni han
sido levantados de la muerte del pecado a un nuevo estado se encuentran en
las manos de un Dios airado. Aunque hayan reformado muchas cosas en su vida y muchos hayan sentido afecto por la religión y pueden conservar una forma de religión en sus familias, hogares y en la casa de Dios, no es más que por
su pura voluntad que impide que sean este mismo momento tragado en una
destrucción eterna.
No importa lo poco convencidos que estén ahora de la verdad que oyen, a su
tiempo estarán plenamente convencidos de ella. Los que han partido estando
en las mismas circunstancias en que se encuentran ustedes, testifican que así
fue con ellos, porque la mayoría de ellos sufrió una destrucción repentina e
inesperada mientras creían que vivían tranquilos y seguros. Ahora comprueban
que esas cosas de las que dependían para su paz y seguridad, no eran más que
un soplo y una sombra vacía.
El Dios que te mantiene sobre el abismo del infierno, muy parecido a como
uno sujeta una araña o un insecto repugnante sobre el fuego, te aborrece y está
enardecido; su ira contra ti arde como fuego; te considera indigno de otra cosa
que no sea ser echado en el fuego, sus ojos son tan puros que no aguantan mirarte, eres diez veces más abominable a sus ojos que la peor serpiente venenosa
es a los nuestros. Tú lo has ofendido infinitamente más que cualquier rebelde
obstinado lo haya hecho contra su gobierno, y, sin embargo, no es otra cosa que
su mano lo que te detiene de caer en el fuego en cualquier momento. Es solo
por eso y ninguna otra cosa que no te fuiste al infierno anoche, que pudiste
despertar una vez más en este mundo después de haber cerrado tus ojos para
dormir, y no hay ninguna otra razón sino la mano de Dios, por la cual no has
caído en el infierno desde que te levantaste esta mañana. No hay otra razón,
fuera de su misericordia, que mientras lees este escrito, en este mismo momento, no caes en el infierno.
¡Oh pecador, considera el terrible peligro en que te encuentras! Es un gran
horno de ira, un abismo ancho y sin fondo, lleno del fuego de ira, el que tienes
debajo al ser sostenido por la mano de ese Dios cuya ira has provocado y encendido tanto como lo hicieron muchos de los condenados en el infierno.
Cuelgas de un hilo, con las llamas de la ira divina flameando alrededor y amenazando quemarlo en cualquier momento; y no obstante, no tienes interés en
ningún Mediador, y nada de qué agarrarte para salvarte, nada para escapar de
las llamas de la ira, nada que sea tuyo, nada de lo que has hecho, nada que
puedas hacer para convencer a Dios que te libre, aunque sea por un instante.
Y considera ahora más particularmente
1 De quién es la ira. Es la ira del Dios infinito. Si fuera solo la ira del hombre, aunque fuera del príncipe más poderoso, sería comparativamente pequeña
para tener en cuenta. La ira de los gobernantes es para temer, especialmente si
son absolutos y tienen bajo su poder las posesiones y vidas de sus súbditos para
hacer con ellas lo que quieran. “Como rugido de cachorro de león es el terror
del rey; el que lo enfurece peca contra sí mismo” (Prov. 20:2). El súbdito que
provoca la ira de un gobierno arbitrario se expone a sufrir los tormentos más
extremos que el ser humano pueda inventar o que el poder humano pueda infligir. Pero los más grandes potentados terrenales, en su máxima majestad y
fuerza, cuando demuestran los horrores de lo que son capaces, no son más que
gusanos débiles y despreciables en el polvo, en comparación con el gran y todopoderoso Creador y Rey del cielo y de la tierra. Aquellos muy poco pueden
hacer cuando se enfurecen y cuando exteriorizan lo peor de su furor. Todos los
reyes sobre la tierra, delante de Dios, son como langostas; no son nada, y menos que nada, tanto su amor como su odio deben ser despreciados profundamente. La ira del gran Rey de reyes, es mucho más terrible que el de ellos, y
mayor es su majestad. “Más os digo, amigos míos: No temáis a los que matan
el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder
de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Lucas 12:4-5).
2 Es el furor de su ira a lo que estás expuesto. Con frecuencia leemos acerca del furor de Dios, como en Isa. 59:18: “Como para vindicación, como para
retribuir con ira a sus enemigos, y dar el pago a sus adversarios”. Y también en
Isaías 66:15: “Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros como
torbellino, para descargar su ira con furor, y su reprensión con llama de fuego”. Y de la misma forma, en muchos otros lugares. Así leemos del “lagar del
vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Apo. 19:15). Las palabras
son extremadamente terribles. Si hubiera dicho sencillamente, “La ira de
Dios”, las palabras hubieran implicado algo infinitamente terrible, pero se trata
del “furor y la ira de Dios” ––¡la furia de Dios!–– ¡el furor de Jehová! ¡Ay, qué
espantoso debe ser! ¿Quién puede explicar o concebir lo que implican estas expresiones? Pero además es “el furor y la ira del Dios Todopoderoso”; como si
ocurriese una grandísima manifestación de su poder todopoderoso en lo que el
furor de su ira infligiría; como si la Omnipotencia estuviera, por así decir, encolerizada y ardorosa, tal como los hombres actúan ardorosamente encolerizados
en el furor de su ira. Entonces, ¿cuál será la consecuencia? ¿Qué sucederá con el
pobre gusano que es objeto de esa ira? ¿Quién puede mantenerse fuerte, y qué
corazón lo puede soportar? ¡A qué profundidad inexpresable e inconcebible de
sufrimiento tiene que hundirse la pobre criatura que es objeto de esto!
Considera esto, tú que estás en un estado no regenerado. El que Dios de hecho ejecute el furor de su ira implica que descargará su ira sin compasión.
Cuando Dios contempla lo extremadamente indescriptible de tu caso, y ve que
tu tormento supera desproporcionadamente tus fuerzas, y ve que tu pobre espíritu es aplastado y se hunde, por así decir, en tinieblas infinitas, no tendrá
compasión de ti, no vacilará en la ejecución de su ira ni alivianará para nada su
mano: no habrá moderación ni misericordia, ni detendrá Dios a su torbellino:
no se interesará por tu bienestar, ni se cuidará de que no sufras demasiado en
ningún otro sentido, sino solo que no sufras más de lo que la justicia estrictamente requiere. Nada será retenido por el simple hecho de que sea demasiado fuerte de sobrellevar. “Pues también yo procederé con furor; no perdonará
mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los
oiré” (Eze. 8:18). En cambio, es ahora cuando Dios está dispuesto a tenerte
compasión, este es el día de misericordia, ahora puedes clamar con esperanza
de recibir misericordia. Pero una vez que el día de misericordia haya pasado,
tus gritos y alaridos más lamentosos y dolorosos serán en vano, estarás totalmente perdido y descartado por Dios, quien no se interesará de tu bienestar.
Dios no tendrá nada más que hacer contigo que causarte sufrimientos, ¡tu existencia será para ese único fin! Porque serás una copa de ira hecha para destrucción, y no habrá ningún otro uso para esta copa fuera de ser llenada de la
ira divina. Dios distará tanto de tenerte compasión cuando clamas a él que solamente “reirá y se burlará”. “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí
mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo
mío y mi reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una
destrucción lo que teméis, vuestra calamidad llegar como un torbellino;
cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto
aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron
mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su
camino, y serán hastiados de sus propios consejos. Porque el desvío de los
ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder”
(Prov. 1:24-32).
Qué terribles son las palabras del Dios Todopoderoso: “He pisado yo solo el
lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con
mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas” (Isaías
63:3). Es probablemente imposible concebir palabras que expresen mejor estas
tres cosas en toda su magnitud que: desprecio, odio y furiosa indignación. Si
clamas a Dios pidiendo misericordia, tan lejos está de sentir compasión por ti
en tu lúgubre estado o de mostrarte ningún favor que, en cambio, te hollará
bajo sus pies, y aunque sepa que no puedes soportar el peso de su Omnipotencia sobre ti, no te tendrá ninguna consideración, sino que te aplastará bajo sus
pies sin misericordia; te desangrará y tu sangre salpicará sus vestidos, tanto
que los manchará completamente. No solo te aborrecerá, sino que te despreciará totalmente; no habrá ningún lugar donde merezcas estar sino debajo de
sus pies para ser hollado como el fango en la calle.
3 El sufrimiento al que estás expuesto es aquel que Dios te causará a fin de
mostrarte lo que es su ira. Dios quiere mostrar a los ángeles y a los hombres
tanto la excelencia de su amor como lo terrible de su ira. A veces los reyes terrenales quieren demostrar lo terrible de su ira con castigos extremos a los que
los han provocado. Nabucodonosor, poderoso y orgulloso monarca del imperio
caldeo, quiso mostrar su ira cuando lo encolerizaron Sadrac, Mesac y Abednego, dando la orden de que fueran echados al horno de fuego y que este fuera
siete veces más caliente que antes. Sin duda, su cólera había llegado al colmo.
El Dios grande también está dispuesto a demostrar su ira y magnificar su terrible majestad y gran poder por medio del sufrimiento extremo de sus enemigos. “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder,
soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción”
(Rom. 9:22). Y porque su designio es demostrar qué terrible es su ira totalmente desatada con todo su furor y cólera, lo hará. Hará que suceda, y logrará algo
que será contemplado con horror. Cuando el Dios grande y airado se ha levantado y ejecutado su terrible venganza contra el pobre pecador, y el desgraciado14
de hecho sufre el peso infinito de su indignación, Dios convocará a todo el universo para que contemple la terrible majestad y el gran poder que aquello demuestra. “Y los pueblos serán como cal quemada; como espinos cortados serán
quemados con fuego. Oíd, los que estáis lejos, lo que he hecho; y vosotros los
que estáis cerca, conoced mi poder. Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?” (Isa. 33:12-14).
Así será contigo si eres inconverso, y te propones seguir siéndolo. El poder
infinito, la majestad y lo horroroso del Dios omnipotente en toda su magnitud
será demostrado sobre ti en la fuerza inconcebible de los tormentos que sufrirás. Serás atormentando en la presencia de los santos ángeles y en la presencia
del Cordero; y cuando estés sufriendo, los habitantes gloriosos del cielo se
acercarán y contemplarán el terrible espectáculo para que puedan ver lo que es
la ira y la ferocidad del Todopoderoso, y cuando lo han visto, caerán delante de
él y lo adorarán por su gran poder y majestad. “Y de mes en mes, y de día de
reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová. Y
saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre” (Isa. 66:23-24).
4 Es una ira eterna. Sería terrible sufrir aun por un instante el furor y la
ira del Dios Todopoderoso, pero lo que sufrirás será por toda la eternidad. Este
sufrimiento horrible no tendrá fin. Cuando mires hacia el futuro, verás una
larga eternidad, una duración sin fin delante de ti que consumirá tus pensamientos y sorprenderá tu alma, y perderás toda esperanza de alguna liberación,
algún final y alguna disminución de tus sufrimientos; comprenderás que tendrás que pasar largos millones y millones de siglos luchando y contendiendo
con esta venganza todopoderosa y sin misericordia; y cuando llegues a ese punto, cuando hayas pasado muchas eras en este estado, sabrás que es apenas un
pedacito de lo que todavía falta. De manera que tu castigo será verdaderamente
infinito. ¡Oh, quién pudiera expresar lo que es el estado de un alma en tales
circunstancias! Todo lo que pudiéramos decir de ellas es apenas una débil y
muy deficiente y apagada representación de esa condición, es inexpresable e
inconcebible, porque “¿quién conoce el poder de la ira de Dios?”
¡Qué terrible es el estado de los que cada día y a cada hora están en peligro
de ser objeto de esta gran ira e infinito sufrimiento! Pero tal es el triste caso de
cada alma que no ha nacido de nuevo, no importa lo moral y estricta, sobria y
religiosa que pueda ser. ¡Oh, si tan solo consideraras esto, ya seas joven o anciano! Hay razón para temer que hay muchos que leerán este escrito, o que
han oído el evangelio, que serán objeto de justamente este sufrimiento por toda la eternidad. No sabemos quienes son, o lo que piensan. Puede ser que ahora se sientan tranquilos, y que oigan estas cosas sin alterarse, y se engañen
diciendo que eso no se aplica a ellos, asegurándose a sí mismos que escaparán.
Si supiéramos que hay una persona, apenas una, entre las que conocemos, que
estaría sujeto a este sufrimiento, ¡qué horrible sería tener que pensarlo! Si supiéramos quién es, ¡qué espectáculo horrible sería verlo! ¡Cómo se levantaría el
lamento amargo por él! Pero ¡ay! ¡Cuántos recordarán este mensaje en el infierno! Y algunos quizá estén en el infierno dentro de poco, aun antes de fin de
año. Y no sorprendería el que algunos lectores que ahora gozan de buena salud, que se encuentran tranquilos y seguros, estarán allí antes de mañana a la
mañana. ¡Tú que sigues el curso natural de tu vida, que serás librado por un
tiempo del infierno, ¡allí estarás dentro de poco! Tu condenación no duerme,
vendrá pronto, y muy probablemente, muy súbitamente. Tienes razón para
preguntarte por qué no estás ya en el infierno. Es indudable que algunos que
has visto o conocido, que no merecían el infierno más que tú, y que tenían
buenas perspectivas de seguir vivos como tú, ya han partido. Su caso ya no tiene esperanza. Están clamando en su sufrimiento extremo y total desesperación; pero aquí sigues tú en la tierra de los vivientes, bendecido con la Biblia y
los días de descanso y los siervos del Señor, y tienes la oportunidad de obtener
salvación. ¿Qué darían esas pobres almas ya sufriendo su condenación y sin esperanza por un día con la oportunidad como el que ahora disfrutas?
Y ahora tienes una oportunidad extraordinaria, un día en el que Cristo tiene
la puerta de su misericordia abierta de par en par, y llama, clama a gran voz a
los pobres pecadores, y montones vienen a él y entran en el reino de Dios; cada
día vienen del oriente, occidente, norte y sur; muchos hasta hace poco se encontraban en la misma condición espantosa en que estás tú, pero ahora están
felices con sus corazones llenos de amor por él quien los ha amado y limpiado
de sus pecados con su propia sangre, regocijándose en la esperanza de la gloria
de Dios. ¡Qué horrible es ser dejado atrás en un día tal y ver a tantos otros festejando mientras que tú te estás consumiendo y pereciendo! ¡Ver a tantos regocijándose y cantando por el gozo que tienen en su corazón, mientras que tú
sigues teniendo razón para lamentarte con un corazón triste y un espíritu atribulado! ¿Cómo puedes descansar un momento en esta condición? ¿No es tu alma tan valiosa como las almas de los muchos que acuden cada día a Cristo?
¿Hay entre los lectores muchos que han vivido largo tiempo, pero que hasta
ahora no han nacido de nuevo, y por lo tanto no son del pueblo de Dios, y desde su nacimiento no han hecho más que amontonar ira para el día de ira? Oh,16
amigo, tu caso es extremadamente peligroso. Tu culpabilidad y dureza de corazón son extremadamente grandes. ¿No ves cómo, por lo general, las personas
de tu edad son pasadas por alto y dejadas aquí, solo por la misericordia de
Dios? Tienes que reflexionar en ti mismo, y despertar bien de tu sueño: no
puedes aguantar el furor y la ira del Dios infinito.
Y tú, joven y señorita, ¿descuidarás esta época preciosa que ahora disfrutas
cuando tantos otros de tu edad están renunciando a sus vanidades juveniles y
acudiendo a Cristo? Tú en especial, tienes ahora una oportunidad, pero si la
descuidas, sucederá contigo lo que sucedió con aquellos que pasaron todos los
hermosos días de la juventud en pecado, y sufren ahora de ceguera y dureza de
corazón.
Y tú niño, que no te has convertido, ¿no sabes que te vas a ir al infierno para sufrir la terrible ira de Dios, quien ahora está enojado contigo cada día y cada noche? ¿Te contentarás con ser hijo del diablo, cuando tantos niños en esta
tierra se convierten y llegan a ser hijos santos y felices del Rey de reyes?
Y cada uno que todavía no tiene a Cristo y cuelga sobre el abismo del infierno, sea anciano o de mediana edad, o joven o niño, ¡atienda ahora los claros
llamados de la palabra y la providencia de Dios! Este año aceptable del Señor,
sin duda será para algunos un día de gran misericordia, para otros, un día de
gran venganza. El corazón de los hombres se endurece y su culpabilidad aumenta sin pausa en un día como este, si descuidan su alma. Nunca hubo una
época cuando se emplearan tantos medios para la salvación del alma, y si los
descuidas completamente, maldecirás eternamente el día que naciste. Ahora,
como sin duda sucedió en la época de Juan el Bautista, el hacha apunta a la
raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al
fuego.
Por lo tanto, todo aquel que está sin Cristo, despierte este instante y huya
de la ira venidera. La ira del Dios Todopoderoso se cierne ahora sobre cada pecador no regenerado. Cada uno huya de Sodoma: “Escapa por tu vida; no mires tras ti… escapa al monte, no sea que perezcas”
Escucha el audio del mensaje en nuestro canal en Telegram/NexoCristiano
Suscribiéndote al Canal en Telegram (t.me/nexocristiano), puedes ver videos, escuchar audiolibros, descargar ebooks gratuitos, cursos bíblicos completos y más recursos que NO encontrarás en el sitio. Ir a Telegram
Te puede interesar estas promociones!!
Pecadores en las manos de un Dios airado, por Jonathan Edwards
Revisado por el equipo de Nexo Cristiano
on
abril 29, 2023
Rating: